-Sí, porque estamos hoy asando pollos -repitió la Princesa.
-¿Qué... qué?...
-tartamudeó el hermano. Y todos los cronistas anotaron debidamente: "¿Qué... qué?..."
-No sirve -repitió la hija del Rey-. ¡Afuera!
Entonces le tocó el turno a Juan Destripaterrones, que entró directamente montado en su chivo.
-Tienen ustedes aquí un calor asfixiante -dijo.
-Es que estamos asando pollos -dijo una vez más la hija del Rey.
-Eso me viene bien -respondió Juan Destripaterrones-, pues quizá pueda yo también asar este cuervo.
-¡Muy bien, muy bien! -dijo la Princesa-. Pero, ¿traes algo en qué asarlo? Porque no tenemos recipiente adecuado.
-Yo sí lo tengo -respondió Juan Destripaterrones-. Aquí hay una cazuela.
Y al decir esto sacó el zueco y puso el cuervo en él.
-Bien, tienes para todo un almuerzo -aprobó la Princesa-. Pero, ¿de dónde sacaremos salsa para adobarlo?