-¿Adónde vais con vuestras mejores ropas? -inquirió.
-A la corte, para obtener el favor de la Princesa. ¿No has oído las noticias que se propagan por todo el país?
Y le comunicaron las noticias.
-¡Dios nos proteja! En ese caso yo también tengo que ir -dijo Juan Destripaterrones. Y sus hermanos soltaron la carcajada y espolearon sus cabalgaduras.
-¡Padre, dadme un caballo! -rogó Juan Destripaterrones-. Yo también quiero casarme. Si la Princesa me acepta, me acepta, y si no me acepta me la llevaré lo mismo.
-¡Qué tontería!
-comentó su padre-. No te daré ningún caballo. No eres capaz de decir nada que valga la pena, en tanto que tus hermanos son muchachos muy inteligentes.
-Si no me das el caballo me llevaré el chivo. Es mío, y montado en él podré ir muy bien.
Y se montó en el chivo; le aplicó un par de talonazos en los ijares y salió al galope por el camino.
-¡Allá voy! -exclamó Juan Destripaterrones dirigiéndose a sus hermanos. Y cantó hasta ponerse ronco.
Los hermanos cabalgaban en silencio. No se decían palabra porque tenían que ir acopiando las ideas que pensaban exponer más tarde, y preparar cuidadosamente sus discursos.