Cuando el literato a quien la vieja mamá Parker le
limpiaba el departamento todos los martes le abrió la puerta esa
mañana, le preguntó por su nieto. Mamá Parker
permaneció de pie sobre el felpudo en la entrada pequeña y oscura,
y extendió la mano para ayudar a su señor a cerrar la puerta antes
de contestar.
-Lo enterramos ayer, señor -dijo serenamente.
-¡Dios mío! Lo siento mucho -dijo el literato en
tono contrariado. Estaba en la mitad del desayuno. Llevaba una bata muy gastada
y tenía un diario arrugado en una mano. Pero se sentía
incómodo. No podía volver a la sala acogedora sin decir algo...
algo más. Luego, considerando que esta gente daba tanta importancia a los
funerales, dijo amablemente: -Espero que el funeral haya salido bien.
-¿Cómo dijo, señor? -preguntó la
vieja Mamá Parker con voz ronca.
¡Pobre pajarraco viejo! Parecía verdaderamente
deshecha.
-Espero que el funeral haya sido un... un... éxito -dijo
él.
Mamá Parker no contestó. Agachó la cabeza
y se fue rengueando hacia la cocina, aferrando la vieja red, en la que llevaba
sus cosas de limpieza y un delantal y un par de zapatillas de fieltro. El
literato levantó las cejas y volvió a su desayuno.