Antonio Casero, de cuarenta
años, célibe, Doctor en Ciencias, filósofo de
afición, del riñón de Castilla, después de haber
creído en muchas cosas y amado y admirado mucho, había llegado a
tener por principal pasión la sinceridad.
Y por amor de la sinceridad
salía de España, por la primera vez de su vida, a los cuarenta
años; acaso, pensaba él, para no volver.
Véanse algunos fragmentos de
una carta muy larga en que Casero me explicaba el motivo de su emigración
voluntaria:
«...Ya conoces mi repugnancia al
movimiento, a los viajes, al cambio de medio, de costumbres, a toda
variación material, que distrae, pide esfuerzos. Ese defecto, porque
reconozco que lo es, no deja de ser bastante general entre los que, como yo,
viven poco por fuera y mucho por dentro y prefieren el pensamiento a la
acción.