...No se puede creer en regeneradores,
porque faltan las primeras materias para toda regeneración. Emigro; ni yo
creo en España, ni ella debe esperar nada de mí. Cuando perdimos
las escuadras, cuando se rindió Santiago, me puse un poco malo del
disgusto... Sí, poco; pronto sané, más, contento con este
orgullo de querer algo de veras a la patria, que apenado con las irremediables
desgracias... Por la pérdida de padres y de hijos, se siente otra cosa
más fuerte, más honda: el dolor por la ausencia de la madre no lo
endulza la conciencia de la ternura filial; en cambio, al sentir que yo
quería a España algo más que los patriotas vocingleros, me
sorprendí gozando de cierta alegría íntima... Y
después, ¡qué pronto fui olvidando las pérdidas, las
vergüenzas nacionales!... No, España, no te merezco. Ni mi
espíritu, hecho extranjero por lectura de franceses, ingleses y alemanes,
te comprende bien, ni soy, en definitiva, un buen hijo. Seré el hijo
pródigo... que no vuelve.»
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Pero volvió. Yo me
encontré al pobre Antonio Casero en la Puerta del Sol,
disponiéndose a subir a un ómnibus que le llevara a los toros, a
una novillada cualquiera. Volvía de Inglaterra, Alemania y Francia,
triste, desmejorado, flacucho.