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     Verdad es que la misma historia de la Filosofía nos ofrece ejemplos de grandes pensadores muy activos, muy metidos en el mundanal trasiego, como, verbigracia, Platón, con sus idas y venidas a Sicilia, sin contar otras idas y venidas, y su discípulo y rival Aristóteles, que no fue peripatético solo en su escuela de Atenas, sino recorriendo mucha tierra y viendo y haciendo muchas cosas. De los modernos, se pueden citar, entre los muy activos, a Descartes y a Leibniz, por más ilustres. Pero, con todo, entre los de nuestras aficiones, son más los que siguen el ejemplo de Kant, que apenas salió en su vida de su Koenigsberg. Carlyle, en su Viaje a Francia, póstumo, nos hace ver la gran importancia que da al acto de valor personal... de decidirse a hacer la maleta, y pasa el Estrecho; y Paúl Bourget, en su novela El discípulo, nos ofrece la psicología del pensador sedentario que pasa las de Caín porque tiene que ir de París a una ciudad cercana. Yo, aunque indigno, también aborrezco los baúles, las facturas, los andenes, las fondas, los trenes, las caras nuevas, la vida nueva, la congoja infinita de variar en todo lo que se refiere a las necesidades del mísero cuerpo y a las nimiedades de la vida social.

     Muchas veces me han censurado, y hasta se han reído de mí, creo, porque nunca he salido de España. ¡No he estado en París! ¡París! Magnífico si yo pudiera llevar mi casa conmigo, como el caracol... y, por supuesto, ir por el aire. El mundo civilizado, sobre poco más o menos, en lo que merece atención, es lo mismo ya en todas partes, y lo que varía de región a región es lo que varía al sedentario maniático, cual yo, que en ropa, alimento, lecho, vivienda, costumbres de la vida ordinaria, no puede sufrir variaciones. Yo me siento hermano del chino, del hotentote; pero ¡cómo pondrán el caldo por ahí fuera! Francia es como patria de mi espíritu; pero ¡creo que por allí dan un chocolate!...

 
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