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Todo lo que la vida tiene de positivo es malo;

Todo lo que tiene de bueno es imaginario.

BRUSCAMBILLE

Erase un pobre hombre y una pobre mujer, ambos muy viejos, que no habían tenido nunca hijos, lo cual les apenaba profundamente, pensando que al cabo de pocos años no podrían cultivar sus habas y venderlas en el mercado.

Cierto día que estaban escardando su campo (esto, y una pequeña choza era todo lo que poseían, y ojalá poseyera yo otro tanto), cierto día, digo, que estaban escardando su campo para limpiarlo de malas hierbas, la vieja descubrió, en un rincón una canastilla muy bien puesta, que contenía un hermoso niño de ocho a diez meses, a juzgar por su aspecto, pero con más entendimiento que un chiquillo de diez años, y destetado ya. De manera que no le hizo ascos a las habas cocidas que le dieron, al contrario, se las llevó a la boca con una gracia encantadora.

Cuando el viejo corrió desde el opuesto extremo del campo, atraído por las exclamaciones de su mujer, y vio el precioso niño que Dios les enviaba, los dos ancianos se miraron con aire de estupor y llorando de alegría, y enseguida decidieron volver a su choza, temerosos de que el relente pudiera hacer daño a la criaturita.

Una vez que estuvieron sentados junto a la chimenea, experimentaron otra alegría inefable, al ver que el niño tendía hacia ellos sus bracitos con una gracia encantadora y los llamaba papá y mamá como si en su vida no hubiera conocido otros padres.

El viejo se lo puso sobre las rodillas y le hizo saltar suavemente, como señorita que pasea a caballo, dirigiéndole frases cariñosas, a las que el niño contestaba a su manera, sosteniendo con el anciano una agradable conversación.

Entretanto la vieja encandilaba el fuego con vainas de habas secas, cuya llama iluminó toda la pieza, a fin de calentar el cuerpecito del niño y prepararle un excelente guisado de habas, al que añadió una cucharada de miel que hizo delicioso aquel alimento. Después le acostó, sin quitarle sus ricas mantillas, con las que estaba precioso, en el mejor colchón de paja de habas que había en la choza, pues los pobres viejos no usaban colchones de pluma ni de lana.

El niño se quedó muy pronto dormido.

Entonces, el viejo dijo a su mujer:

-Una cosa me preocupa, y es saber cómo llamaremos a ese lindo niño, pues no conocemos a sus padres ni sabemos de dónde ha venido.

La vieja, que tenía bastante ingenio, aunque no era más que una pobre campesina, le respondió sin vacilar:

-Le llamaremos Tesoro de Habas, puesto que en nuestro campo de habas le hemos encontrado, y es un verdadero tesoro de consuelos y dicha para nuestra vejez.

El viejo reconoció que no se le podía dar un nombre más apropiado.

No me detendré a referir minuciosamente cómo pasaron los días y los años siguientes, porque resultaría demasiado larga esta historia; baste decir que los viejos envejecían cada día más, mientras Tesoro de Habas hacíase a ojos vistas más fuerte y hermoso. No quiere, esto decir que se hiciera grande, pues no medía más de diez pies, y no pasaba de seis años, de manera que cuando trabajaba en su campo de habas, por el que tenía mucha afición, apenas se le habría visto desde el camino; mas era tan bien proporcionado, de aspecto y modales tan graciosos, tan dulce y resuelto a la vez en el hablar, y estaba tan elegante con su Capote azul celeste, su faja encarnada y su gorrita dominguera adornada con un ramito de flores de habas que era imposible no admirarlo como un prodigio de la naturaleza, y muchos creían que era un genio o un hada.

Y preciso es confesar que estas suposiciones del pueblo no carecían de fundamento.

De pronto, la cabaña y su campo de habas, donde una vaca apenas hubiera podido pacer algunos años atrás, convirtiéronse en uno de los mejores dominios de la comarca, como por arte de magia. Ver que las plantas de habas crecen, florecen y granan, nada tiene de extraordinario; pero ver un campo de habas que se ensancha, sin que se haya adquirido ni quitado un palmo de terreño al vecino, eso sí tiene algo que escapa al humano entendimiento. Y sin embargo, el campo de habas de los viejos se ensañeliaba enormemente por sus cuatro costados; y los vecinos no hacían más que medir y contar, y el resultado era siempre el mismo: aquel campo hacíase más grande cada día, por lo que, naturalmente, llegaron a creer que toda la comarca crecía en extensión.

Por otra parte, la cosecha de habas era tan abundante, que la choza, de no haber sido notablemente agrandada, no habría podido contenerla; y, sin embargo, había escasez de habas en cinco leguas a la redonda, lo cual aumentaba considerablemente su poderío, por ser el plato favorito de muchos reyes y señores.

En medio de esta abundancia, Tesoro de Habas lo hacía todo: araba, sembraba, escardaba, recolectaba, desgranaba y tenía esmeradamente cuidados los setos y los sotos; y aun le quedaba tiempo para entenderse con los compradores y arreglar las cuentas, pues sabía leer, escribir y hacer números, sin que nadie le hubiese enseñado; era un verdadero prodigio.

Una noche que Tesoro de Habas dormía, el viejo dijo a la vieja:

-Tesoro de Habas ha sido una bendición para nosotros, pues sin hacer nada vivimos en la abundancia y nuestra vejez no puede ser más dichosa. Dejándole por heredero de todo lo que poseemos, no haríamos más que devolverle lo suyo; por lo tanto, seríamos muy ingratos si no procurásemos dar a ese niño una carrera, o algo que le ponga sobre el nivel de los vendedores de habas.

Es una lástima que sea tan demasiadamente modesto para obtener un título en las universidades y demasiado pequeño para ser general.

-¡Vaya una dificultad! -exclamó la vieja-. Con aprender el nombre en latín de cinco o seis enfermedades, lo tendremos hecho médico de golpe y porrazo.

-Para abogado -observó el viejo-, temo que no tenga suficiente malicia y talento para desembrollar un proceso.

-Se me ocurre una idea -repuso la anciana-: que se case con Flor de Guisante cuando tenga edad para ello.

-¡Con Flor de Guisante! -exclamó el viejo meneando la cabeza-; es demasiado alta princesa para casarse con un pobre niño abandonado y que no posee más que una cabaña y un campo de habas. Flor de Guisante, querida, es un buen partido para un subprefecto, para un procurador del rey y aun para el propio rey, si se quedase viudo. Estamos hablando de cosas serias, y parece que la echas a broma.

-Tesoro de Habas vale más que nosotros dos juntos -replicó la vieja- después de una breve pausa-. Este es un asunto que sólo concierne a él, y no debemos hacer nada sin consultarle antes.

Y dicho esto los dos viejos se durmieron profundamente.

Al romper el día, Tesoro de Habas saltó de su cama para ir, como de costumbre, a cultivar el campo, y se quedó sorprendido de ver su traje de los días de fiesta en lugar del que se había quitado al acostarse.

 
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Tesoro de habas y flor de guisante (cuento de hadas) de Carlos Nodier   Tesoro de habas y flor de guisante (cuento de hadas)
de Carlos Nodier

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