Mi buena amiga:
Te escribo oyendo el ruido de los últimos carruajes que
vuelven del teatro. He tomado café -un café servido por la
pequeña mano de una señorita que, pesar de ser bella, tiene
esprit-. Por consiguiente, va a pasar la noche en vela.
Imagínome, pues, que he ido a un baile, te he encontrado
y conversamos ambos bajo las anchas hoja de una planta exótica, mientras
toca la orquesta un vals de Métra y van los caballeros al
buffet.
Si tú quieres, murmuremos. Voy a hablarte de las mujeres
que acabo de admirar en el teatro. Imagínate que estás ahora en tu
platea y observas a través de mis anteojos.
Mira a Clara. Ésa es la mujer que no ha amado
jamás. Tiene ojos tan profundos y tan negros como el abra de una
montaña en noche oscura. Allí se han perdido muchas almas De esa
oscuridad salen gemidos y sollozos, como de la barranca en que se precipitaron
fatalmente los caballeros del Apocalipsis. Muchos se han detenido ante la
oscuridad de aquellos ojos, esperando la repentina irradiación de un
astro: quisieron sondear la noche y se perdieron.
Las aves al pasar le dicen: ¿No amas? Amar es tener
alas. Las flores que pisa le preguntan: ¿No amas? Amor es el perfume de
las almas. Y ella pasa indiferente, viendo con sus pupilas de acera negro,
frías e impenetrables, las alas del pájaro, el cáliz de la
flor y el corazón de los poetas.