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P ALIGN="CENTER">LA MUJER MODERNA. SUS REIVINDICACIONES Y RESPONSABILIDADES.

El dramaturgo inglés Alfredo Sutro dice:

Por primera vez desde que el mundo es mundo ha encontrado la mujer su propia individualidad. Por vez primera es un factor de intrínseca valía en la vida civilizada con ideales propios. De esta suerte está actualizando en la sociedad su formidable energía potencial.

El siglo XX se ha distinguido de sus predecesores en la maravillosa acumulación de peregrinos inventos y adelantos durante los primeros años de su centena. Todos los ramos de la humana actividad han recibido durante estos cuatro primeros lustros de la vigésima centuria un impulso de multiplicada dinamicidad comparado con el del mismo período en el siglo anterior. Descubrimientos, invenciones, artificios, adelantos no siempre aplicados al mejoramiento y bienestar del mundo, sino por el contrario, a la caínica destrucción del hombre por el hombre, constituyen el activo capital del ingenio humano en el balance de la evolución; pero el gran descubrimiento y la mayor sorpresa de los tiempos ha sido el descubrimiento de los anímicos tesoros subyacentes en la mujer.

Durante todas las épocas de la historia, la sociedad legal, aunque injustamente monopolizada por los hombres, concentró todos los derechos, privilegios, dignidades y profesiones en el sexo masculino, dejando al femenino en desdeñoso menosprecio, como una especie de mal irremediable por lo necesario. Hasta muy recientemente, la mujer no tenía apenas importancia social, aparte de sus funciones de esposa y madre, y era distracción, recreo y juguete del hombre, en cuyo provecho se la preparaba desde la infancia, para que le sirviera con sacrificio de su personal comodidad y cuidara de los intereses del marido, padre o hermano aun en perjuicio de los propios. Su vida giraba en torno de la del hombre corno satélite en torno de su planeta.

Pero hoy día presenciamos un admirable despertar de la mujer, que asume una nueva significación social, Reconoce que, en igualdad, o mejor dicho, en equivalencia de derechos y deberes, puede prestar a la humanidad otros servicios además de los de esposa y madre, por lo que de ahora en adelante ha de cumplir una nueva y más amplia función en la sociedad civilizada. La mujer moderna protesta contra la inicua esclavitud y deprimente servidumbre en que la ha tenido y en algunos países continúa teniéndola el hombre para explotarla en su egoísta beneficio.

La superioridad de la fuerza física y el predominio intelectual han compilado hasta ahora las leyes y establecido las costumbres de la civilización, por lo que el sexo llamado fuerte tuvo siempre el arrogado derecho de gobierno y el sexo débil se vió en la precisión de callar, obedecer y sufrir.

En el pasado estuvo la mujer en situación parecida a la de las históricas nacionalidades cuyo asiento geográfico y parquedad de territorio las puso en las garras de poderosos vecinos. Así la hoy resucitada Polonia estuvo durante generaciones esclavizada por Rusia, y acabamos de ver a Bélgica inicuamente pisoteada por las herraduras de Alemania. La mujer no pudo, en los pasados siglos, mantener sus derechos; pero la evolución humana ha transpuesto ya la edad del músculo la era de la fuerza bruta, y a pesar de la transitoria crisis que parece retrollevarnos por atavismo a los tiempos de barbarie en las devastaciones de Francia y Bélgica, los terrores de Rusia, las violencias de Irlanda, los desmanes de Alemania y los crímenes sociales de España, se avecina la nueva etapa de libertad hermanada con la responsabilidad en que la mente prevalezca contra la musculatura, las ideas contra las bombas y la justicia contra la violencia. No importa para el porvenir de la humanidad que todavía a horas de ahora hayan de recurrir los hombres a la fuerza brutal de las armas fratrioidas para dirimir contiendas que fácilmente fallara el discernimiento si no lo estorbara el egoísmo, mil veces más funesto para la paz y concordia entre individuos y naciones que los modernos proyectiles y explosivos. No han de triunfar la brutalidad y la musculatura en su empeño de gobernar el mundo. Tuvieron su época de pujanza y deben desaparecer muy pronto del ,escenario de la historia. El juicio, la razón y el entendimiento las están substituyendo rápidamente.

La mujer, alentada por la renovación del espíritu social, se apresura a renovarse también, empezando por la renovación de sus ideas y pensamientos, a fin de eliminar los prejuicios, preocupaciones, temores y recelos que durante tantos siglos ofuscaron su mente y deprimieron su ánimo, como se elimina la escoria del refinado mineral. La mujer empieza a pensar con su propio cerebro y su pensamiento la conduce a la libertad autónoma, en armonía con la también autónoma libertad del hombre, para que los dos sean una misma carne y descubran el hasta ahora escondido punto de coincidencia de sus a primera vista contrarios y en realidad solidarizados aunque distintos intereses. Pero conviene advertir, porque no escasean los tergiversadores, que la libertad y la autonomía no significan en modo alguno independencia ni separatividad. A nuestro modo de ver, se equivocaron en el nombre los que resumieron en el de emancipación las reivindicaciones de la mujer. Nadie puede emanciparse en el sentido de vivir y actuar sin relación alguna con los demás componentes de la sociedad. No ya en el limitado seno de la sociedad política y civil constituída por el género humano, sino en el seno infinito del universo sin límites es imposible la absoluta emancipación e independencia de criatura alguna. Desde el sol al átomo y desde el serafín hasta el gusano, todos los seres y todas las cosas están eslabonadas en la cadena sin fin con que el Creador mantiene sujeta a sus divinas leyes la manifestación universal. Todos los seres de la tierra y el cielo, visibles e invisibles, constituyen la parentela a que alude San Pablo (Efesios 3: 14, 15) porque todos son igualmente hijos de Dios.

Así al hablar de las reivindicaciones de la mujer moderna no podemos por menos de pensar en las responsabilidades inherentes a toda libertad; y en consecuencia, conviene precisar el alcance de la palabra emancipación, que para nuestro propósito y según nuestro criterio no consiste en que la mujer obre a su antojo y de esclava se convierta en tirana y abuse de sus reconocidos derechos dejando sin cumplir sus naturales deberes. Por el contrario, la emancipación a que nos referimos es la de la miseria, la ignorancia, la deshonra y el vicio a cuyos antros la empujaron precisamente las condiciones en que la mantuvo sujeta la brutal fuerza del hombre. El feminismo apoyado en la prudencia y la justicia lleva en sí la fortaleza de los ideales cuyo triunfo es seguro con el tiempo. Pero el feminismo anarquizante y libertario, ateo y materialista, que amenaza despojar de sus nativos encantos a la mujer, convirtiéndola en un marimacho, desbarataría el armónico equilibrio establecido por Dios entre ambos sexos, tan insensatamente como lo perturbó en sentido contrario la inicua prevalencia del hombre.

 
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de Orison Swett Marden

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