XV
De qué manera y en qué estado entramos mi hermana
y yo en el hotel de las Armas de Prusia; lo que hablamos y lo que
pensamos por el camino, no lo sé; en vano he tratado muchas veces de
recordarlo. Probablemente no cambiaríamos una sola palabra. Si se hubiera
podido notar la turbación que llevábamos, seguramente
hubiéramos infundido sospechas. No hubiera sido preciso más para
ser conducidos ante las autoridades. Se nos hubiese interrogado, acaso nos
hubiesen detenido, si llegaban a descubrir qué lazos nos unían a
la familia Keller.
En fin, no sé cómo, llegamos a nuestra
habitación sin haber encontrado a nadie. Mi. hermana y yo quisimos
conferenciar antes de ver a M. y Mlle. de Lauranay, a fin de ponernos de acuerdo
sobre lo que convenía hacer.
Allí estábamos los dos, mirándonos como
tontos, agobiados, sin atrevernos a pronunciar una sola palabra.
- ¡Pobre desgraciado! ¿Qué ha hecho? -
exclamó al fin mi hermana.
- ¿Que qué ha hecho? (respondí.) Lo que
hubiera hecho yo y cualquiera en su lugar. M. Juan ha debido ser maltratado,
injuriado por ese Frantz...., y le habrá herido; esto debía
suceder más tarde o más temprano. Si, yo hubiera hecho otro
tanto.
- ¡Mi pobre Juan! ¡Mi pobre Juan! - murmuraba mi
hermana, en tanto que las lágrimas corrían por sus mejillas.
- Irma (dije): ¡valor! ¡Es preciso tener valor!
- ¡Condenado a muerte!