Lo digo sinceramente: si yo usaba este lenguaje, no era
solamente para dar un poco de confianza a mi hermana, no; yo tenía
confianza. Evidentemente, lo más difícil para M. Juan
después del hecho, había sido emprender la fuga, y puesto que
había conseguido realizarla, no parecía que fuese fácil
echarle mano, puesto que los edictos prometían una recompensa de mil
florines a cualquiera que lograse apoderarse de él. ¡No! Yo no
quería perder la esperanza, a pesar de que mi hermana no quería
escuchar nada.
- ¿Y Mad. Keller? - dijo.
Si; esto era quizás más grave. ¿Qué
había sido de Mad. Keller? ¿Había podido lograr reunirse
con su hijo? ¿Sabía lo que había ocurrido?
¿Acompañaría a M. Juan en su fuga?
- ¡Pobre mujer! ¡Pobre madre! (repetía mi
hermana.) Puesto que ha tenido tiempo de alcanzar al regimiento en Magdeburgo,
no debe ignorar nada. Sin duda sabe que su hijo está condenado a muerte.
¡Ah, Dios mío, Dios mio!....¡Cuántos dolores
acumuláis sobre ella!....
- Irma (dije): cálmate, yo te lo ruego. ¡Si te
escucharan! Bien sabes que Mad. Keller es una mujer enérgica.
¡Quizás M. Juan haya podido encontrarla!
Aunque esto parezca sorprendente, lo cual es posible, lo
repito, yo hablaba con sinceridad. No está en mi naturaleza abandonarme a
la desesperación.