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Sí, ¡ojalá pudiésemos llegar a la frontera¡ ¡Quisiera Dios que Mad. Keller y su hijo lograsen pasar al extranjero, entretanto que lograban verse juntos!...

En cuanto a mí, si la ocasión se presentara de sacrificarme de nuevo por ellos, estoy dispuesto, y si es preciso dar la vida, amén; como dice el cura de mi aldea.

A las siete estábamos ya en marcha. Si esta jornada del 22 de Agosto no ofrecía más obstáculos que la del dio anterior, debíamos, antes que llegara la noche, haber atravesado todo el territorio de la Thuringia.

En todo caso, el dio comenzó bien. Las primeras horas fueron duras indudablemente, porque el camino subía todavía por entro rocas cortadas a pico, y el suelo estaba en algunos sitios tan malo, que era preciso a veces empujar las ruedas. Pero en fin salimos de aquellos malos pasos sin ningún entorpecimiento,

Hacia mediodía habíamos llegado a lo más alto de un desfiladero, que se llama el Gebauer, si mis recuerdos no me engañan, el cual atraviesa la montaña más elevada de la cadena. No faltaba más que descender hacia el Oeste. Sin dejar correr demasiado el carruaje, lo cual no hubiera sido prudente, se iría de prisa.

El tiempo no había cesado de ser tempestuoso. Si la lluvia había cesado de caer desde la salida del sol, el cielo estaba cubierto de espesas nubes, semejantes, por la electricidad que encierran, a enormes bombas. Basta el más pequeño choque para que estallen. Entonces surge la tempestad, que es siempre de temer en los países montañosos.

 
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