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Las callecitas de Buenos Aires tienen ese no sé qué...

Por Pablo Forcinito
altovuelo@elaleph.com

En febrero de este año, en la convulsionada Buenos Aires, hubo un puñado de amantes de la literatura que festejaron una buena nueva: el TC&C inauguraba nueva sede. Y lo hacía en el mítico barrio de Palermo Viejo, en una gran casa situada en una vereda muy especial: la de Jorge Luis Borges al 2100, la misma que vio transcurrir hace un siglo, la infancia de... Borges.
Conozca en este artículo las tristes implicancias poéticas que pueden derivarse de una decisión burocrática desafortunada. Pero, sobre todo, disfrute de la elegante prosa y el humor exquisito de nuestro colaborador de lujo.

La manzana pareja que no persiste en mi barrio

Por Fernando Sorrentino (Buenos Aires, octubre 2001)

Poesía y política

Entre 1901 y 1914, es decir, entre sus dos y sus quince años de edad, Borges vivió en una antigua casa del barrio de Palermo, en Buenos Aires, ubicada a sólo tres cuadras de la plaza Italia, del Jardín Zoológico, del Jardín Botánico y de las instalaciones de la Sociedad Rural.
La casa llevaba el número 2135 de la calle Serrano. Actualmente, tal número no existe: al 2129 sigue el 2137.
El 24 de agosto de 1996 -fecha en la que el poeta habría cumplido noventa y siete años- el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires decidió rendir homenaje a Borges rebautizando con su nombre el tramo de la calle Serrano que corre entre Santa Fe y Honduras, y que, desde luego, incluye la cuadra donde estuvo su casa.
Con ironía que aplaudo, Alejandro Rubio[1] comenta que el entonces jefe del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires

dijo algo así como que esperaba que cada viandante que fatigara las veredas de la ex Serrano sintiera los efluvios espirituales provenientes de la nueva denominación como un impulso arrebatador hacia el mayor conocimiento de las letras, las artes y las ciencias, esbozando de ese modo una estremecedora concepción de la política educativo-cultural del municipio como otra rama de la literatura fantástica.

Ignoro si realmente el funcionario expresó tales ideas y en tal estilo, pero, como el pasaje de Rubio está favorecido por la gracia literaria, acabo de reproducirlo con placer no exento de algún sadismo.

Lógica y burocracia

Pero, por otra parte, no puedo menos que oponerme -por razones afectivas y poéticas- a que la calle Serrano se llame ahora Jorge Luis Borges.
En primer lugar, y por principio racional, modificar el nombre de cualquier ente constituye un obstáculo y un fomento de la inoperancia y de la pérdida de tiempo (valores, lo comprendo, muy caros a los burócratas de la especie que fueren). También entiendo que puede latir, en el ánimo del bautista en cuestión, cierto orgullo de creador; acaso piense: "Gracias a mi incoercible denuedo, la calle Chañar se llama ahora Félix O. Fouiller".[2]
En segundo lugar, en el caso que nos ocupa, el cambio de nombre contraría la propia voluntad de la persona a la que se pretende honrar (citado por Martín Zubieta[3], las bastardillas son mías):

Yo preferiría que una vez muerto nadie se acordara de mí, sería horrible pensar que algún día habrá una calle que se llame Jorge Luis Borges, yo no quiero una calle, yo quiero dejar de haber sido Borges, quiero que Borges sea olvidado…

Para Borges sería horrible pensar en un calle llamada Jorge Luis Borges, opinión que estuvo lejos de ser compartida por las autoridades comunales porteñas.

Política y poesía

Pero, además, el poemario Luna de enfrente (1925) incluyó "A la calle Serrano". Y, si bien Borges eliminó esta poesía de ediciones ulteriores, no puede negarse que ella está dedicada a la calle Serrano y no a la calle Jorge Luis Borges.
El estropicio es todavía mayor si recordamos los dos hermosos alejandrinos de la "Fundación mítica de Buenos Aires" (Cuaderno San Martín, 1929):

La manzana pareja que persiste en mi barrio:
Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga.

Vemos que, por una decisión administrativa del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, el aserto del poeta se ha vuelto erróneo: la manzana ya no persiste, puesto que uno de sus lados ahora no se llama Serrano sino Jorge Luis Borges.
O sea que Borges inmortalizó en 1929 una manzana querida de su barrio (exactamente la manzana donde se hallaba la casa en la que él vivió hasta los quince años de edad, la casa en que se desarrollaron su niñez y su pubertad), para que, en 1996, personas no excesivamente avezadas a las sutilezas de la poesía convirtieran el verso en una evocación inexistente.

Una calumnia

Así y todo, creo que es posiblemente falsa la noticia de que los asesores culturales del gobierno sugirieron modificar el verso de Borges para adecuar la poesía a "la nueva realidad que vive el país".
Según ese rumor, el pasaje borgeano -ahora restaurado- debería quedar así:

La manzana pareja que persiste en mi barrio:
Guatemala, Jorge Luis Borges, Paraguay, Gurruchaga.

Si damos fe a la leyenda, uno de esos varones prudentes dejó oír su opinión: "No sé por qué, pero ahora me suena mal el espiche del chabón, me suena". Esta agudeza habría abortado el proceso de convertir en hexadecasílabo municipal el primitivo tetradecasílabo borgeano.

Notas al pie de página

[1]. En Internet: http://www.poesia.com.
[2]. En rigor, podría ejemplificar con centenares de calles porteñas que, al ser rebautizadas, perdieron la memoria de su origen. Hablo de la calle Chañar por el hecho casual de que queda en la esquina de mi casa. Pensemos que Chañar evoca un montecito de chañares, es decir, ciertos árboles de fruto comestible que, sin duda, se encontraban, tiempo ha, a cincuenta metros de donde vivo; es agradable imaginar la proximidad de esos árboles. En cambio, ¿quién fue Félix O. Fouiller?: trabajó como secretario del intendente José Luis Cantilo (1919-1921 y 1928-1930); no parece haber sido una persona demasiado meritoria; sin embargo, ese cargo administrativo y remunerado desmontó para siempre el chañar de la esquina.
[3]. En Internet: http://www.leedor.com.

 

Palabras que caen del silencio

Hace unos meses me prestaron un libro de poesías de un autor del que ni siquiera había oído hablar. Lo cierto es que cuanto más me adentraba en su lectura, más ganas tenía de compartir este secreto con ustedes. A continuación se enterarán de quién les estoy hablando, y de cómo escribía este hombre, dueño de una obra que ha permanecido prácticamente oculta durante años, una obra tan prolífica como bella.

No muchos saben quién fue César Mermet. Y muchos menos son los que lo conocieron. Y aún son menos los que conociéndolo, supieron que escribía. Borges, por ejemplo: "He conversado algunas veces con él; no me dijo que era poeta. Sé que era un curioso lector; su memoria estaba poblada de versos".

Este silencio también incluyó a su labor como escritor: Mermet falleció el 13 de junio de 1978, dejando inédita casi la totalidad de su kilométrica obra. Lo poco que publicó apareció en algunas revistas y en una antología.

Fue al año de su muerte que editaron La lluvia y otros poemas (Rodolfo Alonso, 1979). Este libro (con prólogo y selección de un amigo suyo, Félix della Paolera) reunía "creaciones pertenecientes a su período más representativo, aquel en que su modo de expresarse ya está inequívocamente definido y ha tomado posesión de los recursos formales idóneos que identifican su estilo"*.

Oh cómo cantan en secreto solidario
el manso mundo de la planta.
Se convocan las ciegas. Deliberan.
Verde cauto.
Entona el árbol su densa partitura.
Atlante de la voz,
el orbe del nublado descansa en su nobleza,
y aún contiene cantando
distancias de congoja,
declives inminentes.
Oh cómo surge ileso del silencio.
Sostén cantable, solo de fronda,
invoca, modula en torno rondas
suspensas o dormidas,
y coros sordos cóncavos como la hora.
Ámbito en asamblea.
Recinto agazapado reptando en retroceso
y reverencia obscura.
Oh presencias crecientes?
Tiembla el árbol.
Apenas una duda de hojas.
Y caen al círculo quieto los silvanos,
los sátiros del viento,
turbios, persiguiendo sus rabos.
Asombran la liturgia,
aceleran la tarde en vértigos concéntricos,
ahíncan locamente las tensiones sufrientes.
Y la víspera estalla.
El trueno se derrumba.
Triunfa el tiempo.
La identidad, fluyendo, desemboca.
Respira al fin la tarde sofocada,
enloquece bandadas,
libera el alarido.

Así comienza "La lluvia", un extenso poema que en 1951 había obtenido, del Gobierno de la Provincia de Mendoza, el Primer Premio de Poesía. Della Paolera nos cuenta: "El premio incluía también la entrega de una suma de dinero al autor para editar el libro, él prefirió invertirla en un viaje a Chile."*

César Mermet nació el 11 de octubre de 1923 en Santa Fe. Allí pasó su juventud. Aquellos pagos, sus estudios de adolescente en la Escuela de Artes Plásticas de esa ciudad, y el claro sentido musical con que trabaja no sólo las palabras sino también las imágenes, son algunos de los elementos que ayudaron a definir su estilo poético. Y aunque también vivió en Mendoza ("amaba esa provincia") y en Buenos Aires, "son muy contadas las ocasiones en que su poesía aparece desligada de las inconfundibles entrañas litorales."*

Garcilaso, Quevedo, Antonio Machado y Jorge Guillén se hallaban entre sus autores españoles preferidos. Fuera de estos aparecían, entre otros, Ezra Pound, Dylan Thomas, Rimbaud, Rilke y Saint John Perse.

En la actualidad, algunos escritores (entre los que se encuentra Pedro Mairal) están trabajando en la selección de los textos que integrarán la obra completa de Mermet. Cuando ésta sea publicada vamos a comunicarlo.

Por lo pronto, los dejo con los últimos versos de "La lluvia".

De una lluvia que llega del silencio.

Mano pequeña de la transparencia
crédula como los ancianos que amaron,
sabia como los niños que conocen la muerte.
Palpa sin intención, ni tacto,
ni celestemente
el rostro de las formas,
buscando en lo divino lo terrestre,
leyendo por amor, letra por letra.
La presencia entregada del agua
tan semejante a estar ausente,
nombra y renombra y canta
un sustantivo brillo sobre los nombres,
y la edad recomienza sobre el mundo
fundada en la certeza
de un pueblo que despierta
ordenado por los cielos.
Así cesen los cantos
como cesan las aguas.
Dejando el mundo entero,
y los nombres recientes.
Aunque el cantor mire los cielos
ya cortados por vínculos de altura,
y llore y diga su condición caída
de milagro en la calle,
su fatigada índole llana
de cierto charco y falso cielo,
contemplará también el árbol
de sílabas cubierto
musitando sus luces,
ya ensanchando su calma,
otra vez respirando propósitos del agua.
Y alcanzará su cifra,
su gota de sentencia:
Árbol:
Sostén cantable,
solo de fronda, sola,
el orbe de los cantos
descansa en su nobleza,
atlante de la voz,
capitel de visiones,
columna que levanta el tiempo al cielo.

 

* Las citas entrecomilladas pertenecen al prólogo que Félix della Paolera escribió para el libro La lluvia y otros poemas.

 

 

Poetas en guerra

Por Emmanuel Taub

 

"¡Ay! ¡Existen tantas cosas entre el cielo y la tierra
que sólo los poetas han soñado!
Y sobre todo, por encima del cielo;
Porque todos los dioses
son símbolos y artificios de poeta"

Friedrich Nietzche
("Así hablaba Zaratustra").

Pocas mentes hubieran imaginado los cambios producidos entre 1914 y 1918. La Primera Guerra Mundial azotaba el viejo continente y miles de vidas defendían, con las nuevas armas, el nacionalismo más ferviente. Alemania y el imperio Austro-Húngaro, Francia, Gran Bretaña, Rusia, los Estados Unidos y Japón. Otra masacre volaba como un fantasma por encima del mundo.
Los hombres deshumanizados, la razón hecha carne y el honor hecho patria. Y entre las trincheras y las praderas los cuerpos se amontonaban como lluvia.
Entre tanto, en medio de aquellos hombres-armas, almas de poesía rondaban entre las estruendos, creando y amando lo imposible. Describiendo y contemplando, con la palabra y la sangre. Una mujer, un ave, un cielo azul: millones de sueños y fantasías. Eran palabras, poemas, era la abstracción que lo más mundano permitía filtrar.

Wilhem Albert Wladimir Alexandre Apollinaire de Kostrowitzky (Guillaume Apollinaire) nació en Roma, el 26 de agosto de 1880. Hijo de un matrimonio inestable de madre polaca y padre italiano, que finalmente fue disuelto cinco años después de su nacimiento, comenzó una vida nómada junto a su madre por la Costa Azul.
En 1899 su pasión por la literatura era evidente. Por orden de su madre se instalaron, junto a su hermano Albert, en una pensión en un pueblo belga en donde el poeta vivió un periodo estimulante en contacto con la naturaleza. Inesperadamente, su madre les ordenó que dejaran la pensión y se reunieran con ella en París.
En París, Apollinaire realizó diversos oficios, hasta que se instaló en Renania en casa de una vizcondesa como profesor de francés de su hija. Fue en ese año, 1901, cuando aparecen sus primeros poemas, publicados en La Grande France. Desde entonces el poeta comenzó a publicar en La Revue Blanche, comienza a realizar frecuentes viajes por Europa y terminó enamorándose de una joven inglesa llamada Annie Playden.
Regresó a París a vivir junto a su madre y su hermano. Su actividad literaria se acrecentó: publicaciones en La Plume, editó el primer número de Les Festin d´Ésope, una pequeña revista poética, y en 1904 publicó L´Enchanteur pourrissant en su revista. También comenzó a realizar colaboraciones periodísticas y publicaciones económicas. Su vida se vio marcada, lentamente, por el plano económico y la búsqueda de su identidad.
Para asegurarse la subsistencia continuó redactando y editando obras eróticas, textos libertinos y satíricos.
Continuó publicando en revistas y comenzó a ser reconocido en tertulias literarias. Entabló una amistad con Pablo Picasso, lo cual influyó mucho en su obra literaria. Dicha influencia se manifiesta en las referencias pictóricas que aparecen en sus textos.
En 1911 un malentendido con la justicia francesa le cambió el rumbo a su vida. Apollinaire es acusado de un robo de estatuillas de arte. Fue usado como chivo expiatorio: su condición de extranjero, marginal, "pornógrafo", poeta e hijo ilegítimo lo transformaban en un sospechoso ideal. Finalmente todo se resolvió; sin embargo, tanto esta experiencia como su miedo de ser expulsado de Francia marcaron su obra y su comportamiento de ahí en adelante.
En la primavera de 1913 publicó Méditations esthétiques. Les Peintres cubistes, en donde volcó su devoción por la pintura y sus teorías sobre ella. Ya para finales de abril del mismo año publicó Alcools, la recopilación de los poemas escritos entre 1898 y 1913. Multiplicó sus actividades: el periodismo, las revistas literarias, su defensa de nuevas tendencias pictóricas, así como una grabación de sus poemas y la publicación de varios ideogramas líricos.

En diciembre de 1913, Guillaume Apollinaire, necesitado de salir de una situación que le resultaba frustrante desde todos los puntos de vista, incluido el económico, se alistó en el ejército para pelear en la guerra. Es destinado al Regimiento de Artillería n° 38, en Nimes, donde hace un curso de artillero.
El casi idílico intercambio de cartas con una muchacha francesa constituyó una de sus escasas distracciones en el frente. El tiempo en soledad y sin mujeres, el tiempo de reflexión de la guerra le permitieron desarrollar sus procesos imaginativos. La vida militar no le desagradaba. Su condición de artillero le permitía estar alejado de las primeras líneas y, de a poco, también se fue alejando del contacto con la naturaleza. Gracias a ello logró elaborar esa visión espectacular del conflicto que fue totalmente acorde con su surrealismo.

Guerra.

RAMIFICACIÓN central de combate
 Contacto de oídas
Disparamos en dirección a "los ruidos que escuchamos"
Los jóvenes de la quinta de 1915
Y esas alambradas electrizadas
Pues bien no lloréis los horrores de la guerra
Antes de ella sólo poseíamos la superficie
De tierra y de los mares
Tras ella nuestros serán los abismos
El subsuelo y el espacio aviático
Dueños del timón
Después después
Nos cobraremos todos los placeres
De los vencedores que se solazan
Mujeres Juegos Fábricas Comercio
Industria Agricultura Metal
Fuego Cristal Velocidad
Voz Mirada Tacto además
Y juntos en el tacto llegado de lejos
De más lejos aún
Del más-allá de la tierra.

G.A.

Fue ascendido en el cuerpo de artillería. En busca de nuevos ascensos pidió el traslado a infantería, que le fue concedido, otorgándole el grado de subteniente. Pero pronto se arrepintió de este cambio: comenzó la vida con la permanente relación con la muerte, la suciedad, la miseria y el frío. A pesar de esto, su producción continuó siendo de muy alto nivel.
En 1915 Apollinaire fue herido en una trinchera de Bois des Buttes, por una esquirla de obús que atravesó su casco y le hirió en la sien derecha. Lo operaron de urgencia, le extrajeron fragmentos de la región temporal. Lo trasladaron finalmente a Paris, en donde pidió ser atendido por un amigo suyo en el Hospital Italiano. Pero su evolución fue desfavorable: a causa de las condiciones de urgencia con las que había sido operado, sufre una parálisis parcial del costado izquierdo. Se lo trasladó nuevamente, y luego de una trepanación satisfactoria pudo retomar su vida normal. Pronto apareció Le Poete assassiné, recopilación de la mayor parte de su prosa.
Ese fue el fin de la guerra en la carne del poeta, quien continuó con la vida literaria. Se volvió un escritor de renombre, y sus charlas y publicaciones fueron leídas en toda Francia.
En enero de 1918 sufrió una congestión pulmonar y fue nuevamente hospitalizado. Sin embargo, el poeta multiplicó sus actividades: periodísticas, para asegurar su subsistencia, proyectos literarios y un trabajo que nunca llevaría a cabo con su amigo Picasso. En enero publicó Les Mamelles de Tirésias y en abril de ese año apareció Caligramas.
Luego de vacacionar en Bretaña cae enfermo de gripe española. Aún débil por su anterior enfermedad, muere el 9 de noviembre de 1918. Su entierro, paradójicamente, fue el día 13, cuando la noticia del armisticio recorría las calles.
La muerte de Apollinaire fue una herida literaria en las venas de la humanidad.

El futuro.

LEVANTEMOS la paja
Miremos la nieve
Escribamos cartas
Esperemos órdenes

Fumemos en pipa
Pensando en el amor
Ahí están las gaviotas
Miremos la rosa

La fuente no se ha agostado
Tampoco el oro de la paja se ha empañado
Miremos la abeja
Y no pensemos en el futuro

Miremos nuestras manos
Que son la nieve
La rosa y la abeja
Y también el futuro.

Guillaume Apollinaire.

No hay mentira más hermosa que la literatura,
y no hay mentiroso más digno…
que el poeta.

Emmanuel Taub.

 

 
 
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