No había sido el Scotia el que había dado el golpe sino el que
lo había recibido, y por un instrumento más cortante o perforante que
contundente. El impacto había parecido tan ligero que nadie a bordo se habría
inquietado si no hubiesen subido al puente varios marineros de la cala
gritando:
«¡Nos hundimos! ¡Nos hundimos!».
Los pasajeros se quedaron espantados, pero el capitán Anderson
se apresuró a tranquilizarles. En efecto, el peligro no podía ser inminente.
Dividido en siete compartimientos por tabiques herméticos, el Scotia podía
resistir impunemente una vía de agua.
El capitán Anderson se dirigió inmediatamente a la cala. Vio
que el quinto compartimiento había sido invadido por el mar, y que la rapidez de
la invasión demostraba que la vía de agua era considerable. Afortunadamente, las
calderas no se hallaban en ese compartimiento. De haber estado alojadas en él se
hubiesen apagado instantáneamente. El capitán Anderson ordenó de inmediato que
pararan las máquinas. Un marinero se sumergió para examinar la avería. Algunos
instantes después pudo comprobarse la existencia en el casco del buque de un
agujero de unos dos metros de anchura. Imposible era cegar una vía de agua tan
considerable, por lo que el Scotia, con sus ruedas medio sumergidas, debió
continuar así su travesía. Se hallaba entonces a trescientas millas del cabo
Clear. Con un retraso de tres días que inquietó vivamente a la población de
Liverpool, consiguió arribar a las dársenas de la compañía.
Una vez puesto el Scotia en el dique seco, los ingenieros
procedieron a examinar su casco. Sin poder dar crédito a sus ojos vieron cómo a
dos metros y medio por debajo de la línea de flotación se abría una desgarradura
regular en forma de triángulo isósceles. La perforación de la plancha ofrecía
una perfecta nitidez; no la hubiera hecho mejor una taladradora. Evidente era,
pues, que el instrumento perforador que la había producido debía ser de un
temple poco común, y que tras haber sido lanzado con una fuerza prodigiosa, como
lo atestiguaba la horadación de una plancha de cuatro centímetros de espesor,
había debido retirarse por sí mismo mediante un movimiento de retracción
verdaderamente inexplicable.