En todas partes, en las grandes ciudades, el monstruo se puso
de moda. Fue tema de canciones en los cafés, de broma en los periódicos y de
representación en los teatros. La prensa halló en él la ocasión de practicar el
ingenio y el sensacionalismo. En sus páginas, pobres de noticias, se vio
reaparecer a todos los seres imaginarios y gigantescos, desde la ballena blanca,
la terrible «Moby Dick» de las regiones hiperbóreas, hasta el desmesurado
Kraken, cuyos tentáculos pueden abrazar un buque de quinientas toneladas y
llevárselo a los abismos del océano. Se llegó incluso a reproducir las noticias
de los tiempos antiguos, las opiniones de Aristóteles y de Plinio que admitían
la existencia de tales monstruos, los relatos noruegos del obispo Pontoppidan,
las relaciones de Paul Heggede y los informes de Harrington, cuya buena fe no
puede ser puesta en duda al afirmar haber visto, hallándose a bordo del
Castillan, en 1857, la enorme serpiente que hasta entonces no había frecuentado
otros mares que los del antiguo Constitutionnel.
Todo esto dio origen a la interminable polémica entre los
crédulos y los incrédulos, en las sociedades y en las publicaciones científicas.
La «cuestión del monstruo» inflamó los ánimos. Los periodistas imbuidos de
espíritu científico, en lucha con los que profesan el ingenio, vertieron oleadas
de tinta durante la memorable campaña; algunos llegaron incluso a verter dos o
tres gotas de sangre, al pasar, en su ardor, de la serpiente de mar a las más
ofensivas personalizaciones.
Durante seis meses la guerra prosiguió con lances diversos. A
los artículos de fondo del Instituto Geográfico del Brasil, de la Academia Real
de Ciencias de Berlín, de la Asociación Británica, del Instituto Smithsoniano de
Washington, a los debates del The Indian Archipelago, del Cosmos del abate
Moigno y del Mittheilungen de Petermann, y a las crónicas científicas de las
grandes publicaciones de Francia y otros países replicaba la prensa vulgar con
alardes de un ingenio inagotable. Sus inspirados redactores, parodiando una
frase de Linneo que citaban los adversarios del monstruo, mantuvieron, en
efecto, que «la naturaleza no engendra tontos», y conjuraron a sus
contemporáneos a no infligir un mentís a la naturaleza y, consecuentemente, a
rechazar la existencia de los Kraken, de las serpientes de mar, de las «Moby
Dick» y otras lucubraciones de marineros delirantes. Por último, en un artículo
de un temido periódico satírico, el más popular de sus redactores, haciendo
acopio de todos los elementos, se precipitó, como Hipólito, contra el monstruo,
le asestó un golpe definitivo y acabó con él en medio de una carcajada
universal. El ingenio había vencido a la ciencia.