Cuando has llevado una
vida de carencias, a veces no esperas demasiado. Tal vez sueñas con tener
una mejor vida, pero aprendes a vivir con lo básico. Esperas que algún día las
cosas cambien, y constantemente imaginas, que llegará el momento en que alguien
o algo, te ayuden a salir de tu hundimiento. Tu contribución emocional a veces
llega muy alto, pero normalmente, la confusión no te permite salir ni un
sólo segundo de tu mundo revuelto.
Los críticos pedantes
y soberbios, dirían que eres un pobre diablo, que careces de expectativas y de
metas en la vida, que te mantienen en un futuro incierto. Pero nadie conoce tus
profundas intenciones, ni las tormentas emocionales que vives a cada
momento. Quién reconocería tu sufrimiento, sin haber vivido la misma clase de
abusos emocionales, y sin haber experimentado la misma clase de hechos
violentos.
Quien ha llevado una
vida carente de compasión, y carente del amor básico que todos los seres humanos
necesitamos, para sentirnos emocionalmente despiertos, es el único que podría
en-tender tu falta de ánimo, y tu falta de aliento o de esfuerzo.
Tal vez algunos
sentirán lástima al verte hundido en la pobreza, y con una vida llena de
conflictos y enfrentamientos. Pero desafortunadamente, sólo eso es lo que
sentirán muchos de tus merodeadores, y muchos de tus testigos críticos más
severos.
Pocos sentirán
verdadera compasión y verdadero amor, ofreciéndote una mejor solución a tus
problemas internos. El universo marcha sin parar, y nada detiene el paso
del tiempo. Algunas personas aparentamos una clase de felicidad, que
real-mente pocos logran alcanzar. La vida está llena de pasiones escondidas
y apariencias reprimidas. La vida tiene justicias e injusticias, ironías y
alegrías.
Quién
conoce la verdadera vida de una familia pobre, o de una familia rica. Quién se
ve a sí mismo en los ojos de los extraños, y acepta con dignidad y valor,
que todos atravesamos el mismo camino, y que todos participamos de las mismas
exaltaciones, y desfallecimientos humanos. Quién reconoce sus propias
fallas y debilidades, sin alardear o maquillar sus actos. La capacidad de
reconocer nuestras faltas y nuestros hábitos rancios, sin señalar a los demás, y
sin esconder nuestros altibajos, es una tarea que sólo las almas grandes pueden
llevar a cabo.