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Parecía realmente afectado, y Ana lo miraba con más seriedad que tina monja en rezo. Rosa con una mano en la mejilla como una pavia en el cáliz de un lirio, miró fijamente al viejo concejal, y una lágrima que brotó de sus ojos aumentó más mi confusión. Sin duda pensaba más en el señor Marcelo que en mí; esto, dado el caso de que yo estuviera en su pensamiento.

Mi cuento os dice fielmente lo que pasaba en casa del concejal durante el almuerzo de que os hablo; pero, a guisa de buen marinero, echaré a un lado tanto sentimiento, puesto que el hombre curtido por la mar no debe tener mucho apego a las simplezas de tierra y cuanto antes me vea sobre las aguas, tanto más feliz seré.

Rosa no volvió a cantar en todo el día, ó al menos no la oí, pero, ni en la mañana ni en la tarde me fue posible gozar de su compañía tanto como hubiera deseado. Parecía enamorada del viejo concejal, y continuamente buscaba pretextos para ir a su lado; y sus maneras para con él eran tan delicadas, amables y sentidas, que nunca la había visto de aquel modo.

Durante el día el calor era muy excesivo para salir de casa; pero, cuando el sol declinó hacia el horizonte y las primeras brisas de la tarde comenzaban a hacerse sentir, invitó a Rosa, por la última vez, para irnos al río en un bote. Sin contestarme, fue a buscar su sombrero, y, apoyada en mi brazo, comenzamos a marchar lentamente a través de las callejuelas que conducen al viejo embarcadero.

La única impresión que echa raíces en la imaginación del hombre, cuando va a alejarse de su país natal para un largo viaje, es la última que recibe; y ésta por intervalos siempre vuelve en aquellos momentos en que el pensamiento vaga en el silencio de tierras extrañas. Muchas veces, desde entonces, en mis solitarias lloras de guardia durante la noche en la mar, aparecía ante mi mente, con la mayor vividez, el pueblo de Burmarsh y los campos que le rodean, con la misma armonía que los vi en aquella tarde; largas líneas carmesíes se dejaban ver en el Poniente; mientras que, al Oriente, parecía levantarse una montaña nebulosa color de plomo con brillantes perfiles dorados, en contraste con el delicado tinte rosa que se destacaba de las cumbres de las colinas. Yo he contemplado la beldad de la Naturaleza en muchos países; pero nunca pude admirar un panorama tan hermoso como el que presentan las campiñas de Inglaterra cuando el sol, al ocultarse en el horizonte, deja poner de relieve algunas de las más brillantes estrellas. El verde de los umbrosos árboles comienza a obscurecer en oposición al azulado cielo, y cuando el coro de lis tiernas avecillas ha cesado y sólo algunas notas melodiosas se dejan oír aquí ó allá, la rana saliendo de su agujero, comienza a saltar en el polvo de los caminos; los chirridos de los insectos se dejan oír por entre la hierbecilla; las aspas del romántico molino de viento están inmóviles, y sólo en las ventanas más altas brilla la escasa luz del poniente Febo: entonces, la paz de la noche haciendo su aparición en el Oriente, puede vérsela llegar como diciendo: ¡Venid conmigo al lado de las sombras!

 
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La novia del marinero de W. Clark Russell   La novia del marinero
de W. Clark Russell

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