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Y junto con las palabras salió del celasen y se dirigió hacia el grupo que rodeaba a miss Davenne, un hombre alto, moreno, de barba negra, con sombrero cónico de alas anchas, un semblante contra el que, en otras circunstancias, sir John hubiera requerido las dos pistolas que invariablemente llevaba consigo, desde que viajaba en la tierra clásica de los bandidos, Pero en aquel momento el Barón que no comprendía sílaba del Italiano, se contentó con mirar al recién venido entre aturdido y disgustado, como diciendo: ¿A qué especie pertenece este individuo? Sin intimidarse en lo más mínimo por esta mirada, el forastero pasó delante de sir John y se arrodilló al lado de la joven tendida sobre la playa tratando de tomarle el pulso ; pero sir John, no comprendiendo su intención se abalanzó ante él haciendo ademán de alejarlo de su hija.

-¿Está usted loco? -exclamó el forastero en Italiano; después añadió en francés: -Je suis médecin, vous dis-je (Soy médico, le digo)-agregando rápidamente, y esta vez en buen inglés como si en el semblante del Barón hubiese, visto izarse la, bandera de la gran Bretaña: -«¿Did you not hear me say that I was a physician ?» (¿No me ha oído decir que soy médico?)El sonido de su lengua nativa logró al fin llevar a la mente de, sir John una idea clara y distinta y un rayo de consuelo iluminó su ánimo. En semejante fracaso tener allí listo un doctor y un doctor que, hablaba inglés, aun cuando su aspecto estuviese en completo desacuerdo con la idea preconcebida de aquel señor con respecto a un médico, concedía el Barón que ya implicaba cierta ventaja.

Como si lo que había dicho no necesitase de mayores explicaciones, el doctor continuó tomando el pulso a la señorita; quitóle el sombrero y le examinó delicadamente la cabeza. No tenía herida alguna, ni la menor contusión. El pecho también estaba intacto, porque, la respiración, aunque débil, era regular.

-Con tal de, que no haya conmoción cerebral dijo el doctor. Y mientras sacudía la cabeza ante esta desagradable conjetura, sus ojos se encontraron con los de sir John Daverme. La inmensa ansiedad de su semblante no dejaba lugar a duda.

-No hay por qué inquietarse por su hija-dijo el doctor respondiendo a la tácita interrogación y admitiendo sin más pruebas ese parentesco-no es sino un desvanecimiento y la señora se repondrá pronto; - y mientras hablaba así sacó del bolsillo un estuche y de, él extrajo un par de largas tijeras que confió a las manos temblorosas de miss Hutchins, diciendo: -Desnude usted a su ama mientras corro al mar en busca de un poco de agua. Corte todo, pero tenga cuidado de no moverla.

Sin esperar la respuesta, se, alejó rápidamente, llenó de agua su sombrero y en un abrir Y cerrar de ojos estuvo de vuelta. Todos sus miovimientos eran expeditivos, pero compuestos, y aunque excitado visiblemente, todo cuanto decía y hacía era dicho y hecho de manera serena y seria, enteramente apropiada, sin aturdimiento ni confusión. Los caballos que luchaban entre sí y el extático Próspero atrajeron su atención a la vuelta y con voz que exigía inmediata obediencia, dijo:

-Corta los tiros de esos caballos, ¿entiendes? Pronto , - y tuvo los ojos fijos en el postillón hasta que lo vió girar la cabeza como el arlequín atribulado de la pantomima y comenzar a huronear en los bolsillos de la chaqueta en busca de un cuchillo.

El doctor roció abundantemente con agua el rostro y cuello de miss Daverma, y le puso un pañuelo húmedo sobre la frente, mientras Hutchins la hacía aspirar un frasquito de sales y le mojaba las manos con agua de Colonia. Pero a despecho de todos los esfuerzos, la desmayada permanecía, insensible. Hacíase evidente al ojo médico que para reanimarla se necesitaba algún medio más enérgico. El doctor sacó otros instrumentos del bolsillo y, con gran consternación de sir John, escogió -una lanceta. Afortunadamente en aquel mismo momento miss Daverme abrió los ojos y murmuró:

-¡ Papá! -sir John se inclinó hacia ella con ternura.

-¿Qué sientes, querida mía?

-¡Oh! el pie, que horrible, dolor en el pie.

-¿Qué pie? -preguntó el Italiano.

Ella lo miró sorprendida, y después indicando el pie derecho, dijo:

-Este.

Apenas hubo proferido estas palabras cuando el doctor, apoderándose de sus grandes tijeras, cortó hábilmente de arriba abajo el elegante botín y las finas medias, poniendo en descubierto un pequeño pie de alabastro, hecho exactamente a la medida del escarpín de la Cenicienta, pero horriblemente dislocado. No era eso todo. La pierna encima del tobillo estaba rota. Esto, más que visto, fue adivinado por intuición médica, y por un acto ejecutado al mismo tiempo que pensado, hizo caer una manta sobre el miembro herido para ocultarlo al padre y a la hija, diciendo con voz tranquila:

-¡ Ali! el tobillo está dislocado ; es cosa más dolorosa que grave. Dénme todos los pañuelos de que puedan disponer -añadió, mirando en rededor.

Pañuelos de todas clases y medidas sAlieron al instante de los bolsillos.

-Basta, basta -dijo sonriendo ante esa inesperada lluvia. -Estos servirán para un vendaje provisional que Aliviará a la señora de sug dolores. - y vendó delicadamente el pobre pie; después dijo: -Ahora, señora, permítame insistir sobre la importancia de permanecer lo más tranquila posible. Debo dejarla por un rato para buscar lo que me hace falta para componer su pie como es debido, lo que debe hacerse antes de que usted se mueva de su presente incómoda postura. ¿ Me promete no moverse?

-Sí-respondió miss Dayenne, esforzándose para esbozar una débil sonrisa de gratitud.

El doctor saltó ligeramente sobre sus pies ó iba a alejarse de prisa cuando, volviéndose con rapidez a John, que estaba a su lado, con aire de profunda conmiseración casi cómica en su faz negra y violácea, le dijo:

-¿ Si usted tuviese una sombrilla abierta sobre la cabeza de la señora ? el sol cae de lleno sobre ella.

Adelantándose en seguida saltó a su calesa, y puso a galope a su desmelenado caballo.

 

 
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