Así Próspero replicó con cierta astucia: Usted quiere decir que lo deje en medio del camino, pero, señor, ¿cómo podría volver a casa si sólo ayer llegó a ella, y para mejor -vino del interior del país? Si se perdiese, ¡ buen trabajo tendría yo con mi patrón! Pero no hay peligro -continuó Próspero, recuperando todo su buen humor y garbo-Con un pedazo de madera que a cada paro le golpease las piernas, cualquier animal cocearía. Vea, señor, si añojo un poquito¿ las correas y acorto los tiros para que se mantenga derecho el balancín, el caballo marchará tranquilo como un cordero.
-Bueno, bueno, tú debes saber más que yo respondió la voz-de todos modos no te descuides con él y la próxima vez que subas la cuesta conmigo trata de no derribarme, ó hacerme tomar un baño frío, si puedes evitarlo.
Estas últimas palabras fueron dichas en tono de buen humor, y el postillón mostró todos sus treinta y dos dientes blanquísimos en la alegre carcajada con que acogió la recomendación, é hizo una profunda reverencia al moverse el celasen.
Este diálogo naturalmente incomprensible para los viajeros ingleses, duró apenas los minutos, siendo rápido é incisivo el hablar de los dos interlocutores. La voz del hombre invisil le era notable por su riqueza de tono y por aquellas naturales inflexiones que puede ser permitid llamar el clarobscuro del discurso, cuando decimos invisible nos referimos solamente a los que estaban dentro del coche, los que, estando los dos vehículos el uno delante del otro casi en la misma línea, no podían ver más de la persona que estaba en la calesa, que la mano que, indicaba al caballo.
Luego que hubo concluido de añojar las correas y acortar el tiro, no tuvo mucho que andar el carruaje inglés para volver a ganar terreno sobre, e¡ democrático cualesín, pero esta vez midiendo sus pasos, y no sin que el penitente Próspero hubiese atronado el aire con todos los silbatos, gritos y llamamientos que la garganta puede emitir, y de todas las señales posibles dadas por el látigo. Sir John lanzó un suspiro de Alivio. ¡ Cosa extraña! se había dignado cobrar aversión al celasen y esperaba haberlo, visto entonces por última vez. i Ali! sir John Davenne, hay un proverbio que es aún más antiguo que las cruzadas: «El hombre propone y Dios dispone». Por el momento el caballo recalcitrante se portaba bien; miss Davenne por fin se había dormido profundamente, y por lo tanto, libre de toda causa de agitación y de angustia, sir John volvió a caer en su meditación, que con mengua de uno ó dos esfuerzos viriles, algunos minutos después se cambió en un sueño de los más evidentes.
Poco después que sir John hubo cerrado les ojos, el camino que por algún tiempo había continuado pendiente arriba, comenzó a descender. Durante una buena milla sigue un declive en zigzag, en contorno de una árida roca bermeja que se sumerge en el mar; hasta que en una brusca vuelta hacia la derecha, se ofrece a la vista la última, pero más rápida parte de la pendiente baja; en seguida un trecho llano de no más de doscientos pasos al nivel del mar. Aquí el camino vuelve a subir y pronto se bifurca; la rama secundaria trepa rectamente sobre un pequeño promontorio que cierra el horizonte al Oeste, y un risueño y verdegueante espacio de terreno, con un campanario y algunas casas diseminadas y relucientes al sol; la rama principal sigue a la izquierda girando alrededor de la base, rocallosa.
Próspero, cuyo sentimiento de responsabilidad se había despertad con las admoniciones del señor del celasen, emprendió la bajada con mayor cuidado, sin quitarle la vista al caballo cadenero. Pero toda su vigilancia y destreza no le vAlieron para impedir una consecuencia inevitable en aquellas circunstancias, esto es, que el esfuerzo de los tiros en la subida, tuviese necesariamente que retardarse en la bajada, y hasta una que otra vez permanecer enteramente inactivo, de manera que el balancín por el cual el animal estaba sujeto al timón, comenzaba a azotar sus paras posteriores: Una ó dos coces anunciaron la proximidad del peligro. La situación se agravó cuando el declive, suave primero, se tornó más rápido en la, vuelta ya mencionada, y el azote del balancín aumentó en razón directa del movimiento más acelerado del vehículo. La rabia y el terror del animal excitado de tal manera, se hacía mayor a cada paso, y los esfuerzos del alarmado postillón no servían más que para espantar a los otros cuatro. Sintiendo que los cinco caballos se substraían al freno, Próspero añojó súbitamente las riendas y chasqueando la lengua los lanzó a todo escape, teniendo la mirada fija en el camino para evitar cualquier impedimento por pequeño que, fuese, que en su tremenda carrera pudiese comprometer el equilibrio del coche. Naturalmente confiaba en poder detener los caballos apenas hubiesen llegado a la subida de la colina que ante ellos se elevaba.
A decir verdad, esta era la única probabilidad de salvación; todavía un minuto y la tentativa hubiera tenido éxito, si sir John no se hubiese, despertado repentinamente. El estado real de las cosas habí4 influido en su sueño, puesto que no había soñado más que con caballos que se desbocaban, y en el aturdimiento natural del primer despertar sacó la cabeza por el ventanillo gritando al postillón que se detuviese. Esta bataliola despertó a miss Davenne, que alarmadísima, a su vez comenzó a gritar. Este vocerío hizo que el desgraciado Próspero volviese atrás la cabeza y perdiese de vista el camino por un segundo; pero un segundo era ya demasiado en coyuntura tan crítica, Una de las ruedas posteriores subió sobre una piedra, el coche dió un sacudón como si quisiera echarse a volar, osciló un momento sobre el camino y después caballos y todo rodaron juntos. Por dolorosa que fuese la desgracia podía resultar mayor. El camino no estaba más que a pocos pies sobre la playa y afortunadamente en aquel sitio, había un espeso colchón de arena que mitigó la fuerza de la caída. Fue una suerte que sir John hubiese sido arrancado antes de su sopor, pues de otro modo la voltereta hubiera podido tener consecuencias mucho már. graves aun para un hombre de su importancia.
Mientras miss Hutchins toda desconcertada, azorada y desAliñada por su vuelo imprevisto se recobraba eón la mayor prisa posible, asombrada de encontrarse intacta; mientras que John, más serio y digno que nunca, a pesar del desagradable salto mortal y de una ancha herida en la nariz que sangraba profusamente, sacaba por uno de los ventanillos a sir John que se encontraba primero y parecía no haber sufrido nada, mientras aunando los tres sus esfuerzos trataban de extraer del coche volcado el inanimado cuerpo de miss Davenne; mientras por el exceso de la desesperación, Próspero, con los ojos bizcos, miraba ora al uno ora al otro, dejando que los caballos tirasen coces y se debatiesen a su gusto, con el aspecto del que ha caído de las nubes, veíase de lejos el odioso celasen, que recorría como un relámpago, el camino y bajaba la montaña. ¿ Se desbocaba también a su vez el desmelenado caballuco, ó el que lo guiaba pertenecía acaso a aquella escasa categoría de seres, sobre quienes obra como poción embriagadora la perspectiva de auxiliar en el peligro a sus semejantes, y los hace insensibles a sus propios riesgos? Dentro de poco lo veremos.
-¿ Hay algún herido? ¿ha sucedido alguna desgracia? -gritó el señor de la calesa deteniéndose en el sitio del desastre. -¿ Puedo servir de algo? soy médico.