Si los escritores contemporáneos ó inmediatamente
posteriores, a excepción de Ovidio, no citan a Lucrecio ni su poema, debe
atribuirse al ardimiento con que en éste se combaten las ideas y
prácticas religiosas del paganismo. Ni Horacio ni Virgilio desconocieron
el poema de Lucrecio, muy al contrario, sus repetidas imitaciones de
éste, a veces copiando no sólo ideal, sino frases, demuestran
cuánto lo habían estudiado; pero una obra francamente antipagana,
que con tanta energía censuraba las ideas, preocupaciones y
supersticiones de la sociedad romana en aquella época, no podía
ser elogiada, ni siquiera citada sin ofender los sentimientos, sino de las
personas ilustradas, que sabían a qué atenerse respecto a las
prácticas y misterios del paganismo, de la. inmensa multitud que
creía en ellos.
Guardar silencio y dejar en olvido al airado censor de una
idolatría predominante era hasta medida de buen gobierno, quién
sabe si recomendada al comensal de Mecenas y al autor de las Geórgicas
por los hábiles políticos del reinado de Augusto.
Explicaría esta sospecha que Virgilio considere dichoso a quien conoce
las causas de las cosas, y no nombre a Lucrecio, que las explica más
ó menos erróneamente, pero de un modo nuevo entonces para los
romanos.
Vive Lucrecio en los años de la terrible agonía
de la. república; desde el principio de las luchas entre Mario y Sila
hasta la muerte del sedicioso Clodio, período de grandes calamidades para
Roma, en que las guerras civiles desatan todas las ambiciones, todas las
codicias, saciadas con la sangre ó el destierro de millares de ciudadanos
de los más ilustres; período de corrupción Política
y moral, de desdichas públicas y privadas, del que fue testigo y acaso
víctima el autor del poema LA NATURALEZA.