Si en éste, consagrado a explicar grandes problemas de
física, no tiene ocasiones frecuentes Lucrecio para expresar sus
personales sentimientos, tampoco faltan frases y conceptos que permiten formar
idea de ellos.
Objeto principal de sus enérgicos ataques son la
ambición, el amor mundano y las creencias religiosas.
Los desastres de la época en que vivió le
aleccionaban bien para condenar la ambición cuyos terribles estragos a la
vista tenía. La pintura que hace de los peligros y daños
del amor acaso la inspiren sus propios desengaños;
quién sabe si la noticia del filtro dado por la mujer celosa, de que
antes hablamos, fue errónea explicación de alguna otra calamidad
que el amor ocasionó a Lucrecio. Sus invectivas contra esta pasión
no son propias de un discípulo del apacible Epleuro, que aconseja
dulcemente huir del amor para evitar peligros a la tranquilidad del
espíritu, sino de quien ha sufrido acerbas penas y está
dolorosamente arrepentido.
Otro sentimiento que palpita en todo el poema a es el odio a as
supersticiones religiosas, como si después, de vencidas en su
ánimo, se acordara, rencoroso, del tiempo que le habían estado
mortificando. No es en este punto la serena razón del filósofo
quien habla; la airada elocuencia de sus afirmaciones prueban un espíritu
convencido, pero no un ánimo tranquilo.