El ser del hombre y el ser de las cosas se vuelven
instrumentales por las minorías excretoras de destrucción. La anulación de la
conciencia para los fines universales de la razón en la historia, de los
postulados de la razón práctica kantiana de libertad, que deben realizarse en el
progreso de la historicidad de la colectividad, de la finalidad moral de los
actos libres. La finalidad de la razón objetiva en el progreso desde la
necesidad a la libertad. La muerte del hombre está duplicada en la conciencia
fraccionada y vacía de los espejos paranoicos de los totalitarismos. En el año
de 1929, se conforman las tendencias aniquiladoras de la irracionalidad en la
historia. El individuo y la sociedad dejarán de estar en un mundo reflexivo para
entrar en la pasión deformante de la muerte de los individuos como si fueran
animales.
En los totalitarismos se forman trascendencias
irracionales, espacios de muerte. En las síntesis totalitarias no fluye el
tiempo como esperanza de libertad, sino la atemporalidad de la crueldad en
práctica de la porosidad sádica grupal de los manipuladores del lenguaje y la
percepción hueca de los ejecutantes del terror general.
El presente totalitario transita por la ocultación del
genocidio y la continuidad de la eliminación de los oponentes sociales. Ellos
son lo necesario para mantener los identificativos simbólicos del nacionalismo y
la conversión en gregarismo en la memoria unitaria de víctimas y
verdugos.
El cumplimiento de los fines teleideológicos para anular
contradicciones de clase por universales de disimulo y terror general.
Si el hombre muere como el animal, en un espacio de
muerte constreñido a la relación exterminativa de un ser opaco, indiferente al
saber angustiado y trascendente de la subjetividad, al desconocimiento de sí
mismo y de las relaciones con el mundo, es como si recibiera una existencia
plegada sobre sí, impedida para hallarse fuera, ante los valores éticos que
conforman la comunidad de intereses humanizados por la justicia y la libertad.