I. UNA VIDA AL SERVICIO DE UN IDEAL
Grandes ejemplos morales necesita la juventud; el más
educador es la vida de un sabio ilustre, consagrada toda entera a la
investigación de la verdad. Pocos hombres de ciencia igualaron a Ameghino
por la fe en sus ideales; ninguno podrá excederle por la austeridad con
que los sirvió sin descanso.
Su vasta obra fue como una avalancha, en la continua
ampliación de sí misma. Nació de pequeñas
observaciones y de ingeniosas hipótesis; creció febrilmente,
apremiada por descubrimientos que parecían salir a borbotones de la
tierra. Nunca hubo un paréntesis de ocio en las meditaciones del sabio;
observó sin cesar cosas nuevas que le obligaron a tantear
interpretaciones sucesivas, casi siempre concordantes entre sí, pero
muchas veces lealmente corregidas por él mismo.
En temprana edad, felizmente, pobló su cerebro de
preocupaciones filosóficas; a los veinte años era ya transformista
y supo empezar a tiempo. Ningún resultado grandioso cabe esperar de los
hombres que a esa edad no poseen ideas generales; ellas pueden, sin duda,
adquirirse más tarde, pero no hay ocasión de aplicarlas a un orden
cualquiera de conocimientos. En este sentido, toda labor genial implica en su
autor cierta precocidad, en la adquisición de primeros principios; el
sabio y el filósofo no tendrían tiempo de serlo sin una
orientación temprana. El desenvolvimiento y la sistematización de
una la obra requieren dos condiciones: unidad y continuidad, pero ellas
necesitan ejercitarse durante otra, que las contiene: el tiempo. Fácil es
advertir que Ameghino tuvo las dos primeras; la última le fue escasa. Si
hubiera ido pocos años más, habría podido dar una forma
definitiva a sus doctrinas paleontológicas y nos habría dejado una
síntesis menos incompleta de sus pensamientos filosóficos,
ligeramente esbozados en el "Credo" y mejor definidos en sus
ampliaciones. E1 secreto de los grandes filósofos -aparte de poseer
aptitudes extraordinarias - está en vivir el largo tiempo indispensable
para aplicarlas. Si Spencer hubiera muerto a la edad de Guyau, ignoraría
su nombre; si éste hubiese muerto a la edad que alcanzó
aquél, habría contado entre los más grandes
filósofos de todas las eras.