La circunstancia de no poseer una cultura sistemática,
impidió a Ameghino sujetarse a ciertos rigores que el método
aconseja; aprendiéndolo todo a tropezones, nunca se detuvo a distinguir,
entre sus ideas, cuáles eran originales y cuáles aprendidas. Por
eso se observan en sus obras lagunas bibliográficas importantes, que
prueban distracción o prisa, antes que ignorancia u olvido. Al presentar
como suyas muchas doctrinas ya corrientes, sólo quiere expresar que las
acepta como elementos para seguir sus estudios y sin pretender
adjudicárselas. Anticipándose a la segura malevolencia de sus
contemporáneos, dice, en el prólogo de su Filogenia, que la
obra "no pasa de una simple compilación, hecha según cierto
plan"; su originalidad estaba en eso, en el plan, que siendo una
síntesis era la más alta de todas las originalidades.
Un hombre solo, en los treinta años de su pleno vigor
intelectual, no tiene tiempo de construir un sistema científico o
filosófico si no encuentra preparados sus elementos por la labor de
otros. Por eso Ameghino no alcanzó a sistematizar definitivamente muchos
materiales observados por vez primera; en su huella luminosa quedan cien
problemas de toda clase, inciertamente planteados o resueltos, que constituyen
un capital precioso entregado al examen y a la meditación de sus
continuadores.
Nadie consagró más completamente su vida a un ideal, buscando
acercarse a la verdad por los caminos de la ciencia; nadie con más
derecho que él habría podido usar el lema que inmortalizó
el ginebrino: Vitam impendere vero.