Me siento así porque todos llevamos nuestras cargas, pero en
diferentes formas y tamaños, primero actuamos como si fuésemos a vivir para
siempre para luego arrepentirnos suplicando por otra oportunidad. Pero qué
sucedería si, en realidad, fuéramos capaces de vivir durante cientos o miles de
años de noches sin días, ¿sería una fiesta interminable? ¿sería una culpa
inacabable? ¿cómo podríamos soportar la conciencia del arrepentimiento? Al final
terminaríamos por colapsarnos solos.
Hace miles de amaneceres conducía hacia la playa, llevando a mi
madre en el asiento trasero del Jetta rojo, recuerdo haber despertado entre la
oscuridad y el polvo, persignarme con la señal de la Santa Cruz y hacernos al
camino.
Bello amanecer, brillante, fresco y musical, yo trataba de
recoger las promesas de mis propias expectativas, y ahí en cualquier vuelta de
la carretera, la historia del mundo como lo tenía concebido se desvaneció
mientras girábamos incesantemente, con el techo en el lugar del piso y donde
había estado el cielo ahora sólo encontraba el fondo del infierno. La acción
instantánea de la fatalidad me gritó desde dentro de la cabeza y me sentí tan
golpeado que sólo pude cerrar mis ojos y escucharla.
Decretó y gobernó el momento, decretó con la fatal sabiduría de
la muerte, sin importarle mis deseos, mi conciencia o mis oraciones más
profundas, sin importarle el vacío que me llenaría, sin importarle cualquier
sueño, sin siquiera importarle lo que siempre había percibido como realidad, sin
importarle yo ni nadie, así nada más, la muerte instantáneamente se llevó a mi
madre.
Al siguiente segundo no me encontraba trastornado, mi
"autocontrol" trataba de explicarme los caminos de la vida lógicamente, después
de todo los accidentes pasan, pero esto fue sólo durante el siguiente segundo,
el cual duró tan brevemente...
Sólo puedo recordarme conduciendo, luego el auto fuera del
camino, polvo dondequiera, un vacío de tiempo y un vacío de espacio. Mis oídos
estaban abiertos sordamente, como una luz hueca en la mitad de una noche sin
luna en el campo, sordo, ausente, fue cuando me llegó un ruido, un sonido de
queja, una lamentación que me volvió a mis sentidos aún muy aturdidos, entonces
abrí mis ojos muy despacio y levanté también lento mi vista y mi cabeza.