-¿Y qué vamos a hacerle, señor Edmundo? ¾ replicó el naviero, cada vez más tranquilo¾ ; somos mortales, y es necesario que los viejos cedan su
puesto a los jóvenes; a no ser así no habría ascensos, y puesto que me aseguráis
que el cargamento...
-Se halla en buen estado, señor Morrel. Os aconsejo, pues, que
no lo cedáis ni aun con veinticinco mil francos de ganancia.
Acto seguido, y viendo que habían pasado ya la torre Redonda,
gritó Edmundo:
-Largad las velas de las escotas, el foque y las de mesana.
La orden se ejecutó casi con la misma exactitud que en un buque
de guerra.
-Amainad y cargad por todas partes.
A esta última orden se plegaron todas las velas, y el barco
avanzó de un modo casi imperceptible.