El
supremo llamamiento del cual habla Pablo es llegar a ser conformados a la imagen
del Hijo de Dios, pero esto es solo el camino para que el eterno propósito del
Todopoderoso, revelado por el apóstol, llegue a su consumación: LA CENTRALIDAD Y SUPREMACÍA DE JESUCRISTO SOBRE TODO
LO CREADO.
Cristo es la imagen del Dios invisible, el primogénito
de toda creación, porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en
los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean
dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y
para él. Y él es antes que todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten.
Él es también la cabeza del cuerpo que es la iglesia, y es el principio, el
primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia, porque
al Padre agradó que en él habitara toda la plenitud, y por medio de él
reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que
están en los cielos, haciendo la paz mediante la
sangre de su cruz. Colosenses 1:15-20
(RV95)
TODO
ha sido creado por medio de ÉL y para ÉL, y TODO en ÉL
subsiste.
El propósito
eterno de Dios es que el HIJO sea manifestado como Señor de toda la creación.
Que el HIJO esté sobre todas las cosas, y que todas ellas le manifiesten y
declaren como Señor. Todo lo que Dios ha hecho, hace y hará, tiene como meta lo
que declara Filipenses:
Haya, pues, en vosotros este sentir que
hubo también en Cristo Jesús: Él, siendo en forma de Dios, no estimó el ser
igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomó la
forma de siervo y se hizo semejante a los hombres. Mas aún, hallándose en la
condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la
muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios también lo exaltó sobre todas las cosas y
le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se
doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la
tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios
Padre. Filipenses 2:5-11 (RV95)