Nadie habla. En las profundidades del bosque se oye aún
el murmullo de las multitudes que lo pueblan, invisibles y ciegas, pero en la
orilla, allí donde comienza el campo abierto, el silencio es absoluto. El
general corpulento se ha transformado en una estatua ecuestre. Los oficiales a
caballo del estado mayor, mirando por los prismáticos, están
inmóviles. La línea de batalla en el linde del bosque observa una
nueva clase de "atención" porque cada soldado se mantiene en la
actitud que tenía cuando adquirió bruscamente conciencia de lo que
está sucediendo. Todos esos duros e impenitentes matadores de hombres
para quienes la muerte en la más atroz de sus formas es algo familiar que
pueden observar día tras día, que duermen en las colinas sacudidas
por el tronar de los cañones, que comen bajo una lluvia de proyectiles y
que juegan a los naipes entre los rostros muertos de sus amigos más
queridos, todos ellos, con el corazón palpitante, conteniendo el aliento,
acechan el resultado de un acto que compromete la vida de un solo hombre. Tal es
el magnetismo del valor y de la devoción.
Si ahora volvieran ustedes la cabeza, observarian un movimiento
simultáneo entre los espectadores, un sobresalto semejante al que produce
una corriente eléctrica; después, mirando de nuevo hacia adelante,
hacia el jinete lejano, verían que en ese momento. mismo ha cambiado de
dirección y se desvía en ángulo recto de la ruta
precedente.
Los soldados suponen que ese desvío ha sido causado por
un disparo, quizá por una herida, pero tomen ustedes los
prismáticos y observarán que se dirige hacia una brecha en el muro
y en el cerco. Intenta franquearlos, si no lo matan, para examinar la comarca
que se extiende más alla.