Pero no. El cajón y su contundencia confirmaron el absurdo.
Una camioneta subida a la vereda por esquivar un auto, no pudo esquivar un
cuerpo y lo destrozó. Su cuerpo, el de Mariana. El resto fue la inutilidad del
hombre ante una decisión más alta. Nadie pudo hacer nada. En pocas horas, el
tiempo que tardaba Piedad en salir del colegio, Mariana había muerto.
Después, las palabras. El deseo de Jorge por reconstruir sus últimos días,
preguntando aquí y allá.
El último llamado fue para ella. Mariana contó proyectos, dudas, habló de
futuro. Nada se llegó a concretar. Una semana después, en esa última tarde, las
amigas se dijeron adiós.
El café era íntimo. Siempre, al pasar por allí, miraba hacia adentro. La
atraía no sabía qué aire de nostalgia y vértigo. Desde allí se podía ver
transcurrir la vida, sin participar en ella, sin angustia, sin emoción, como
mero observador. Ahora recordaba: Jorge era impuntual. En las clases de teatro
llegaba siempre tarde. Y eso que eran su mayor placer. Porque allí estaba
Mariana. Pero también Esteban, el profesor. La mirada y la barba de Esteban, y
esos ojitos azules enigmáticos y encantadores. Pero si hasta se llegó a decir
que ellos dos... No, Lourdes nunca lo pudo creer. Esteban parecía... Pero Jorge,
definitivamente, no era. Él sólo aprovechaba todo lo que Esteban le podía
transmitir de su conocimiento teatral, lo usaba a "Steve" hasta cierto punto, y
disfrutaba de ese sentirse "objeto deseado", pero nada más. Mientras tomaba su
café, miró alrededor. En la mesa de al lado, dos mujeres mayores, sesentonas;
amigas, o mejor, compañeras de algún curso de arte o de lingüística. Charlaban,
café de por medio, de alguna experiencia interesantísima, para ellas. En otra
mesa, que se le ocultaba a medias por una columna, una pareja conversaba. Ella,
mucho más joven, de unos veintipico, seducía al hombre con cada gesto, con cada
palabra o así parecía ante sus ojos, siempre dispuestos, de novelista para toda
ocasión. Él la miraba, parecía que comiéndola con la mirada.
-¡Qué extraño! -pensó-. Ese tipo no iba con el lugar. No encajaba su aspecto
de hombre de negocios importante cautivado por una pendeja. Bien trajeado, azul,
camisa impecable, anteojos de sol, típica "escapada".
-Por fin.
-Me acordé que eras tan puntual...