Y 
luego, sacudiendo tu cabecita de quince años y mirándome con condescendencia, 
dirás, "Bueno, Mamá, pero tu eres filósofa, sabés todo eso. Has estudiado mucho 
y escrito libros y hasta recibido premios y los hemos celebrado en casa y das 
clases a multitud de gente. Sabés todas las respuestas".
Por 
eso es fantástico tener una hija, porque aunque te mire de arriba abajo y te 
diga "¿Vas a salir así..?" Es tu hija y se cree, tierna, ingenua, hija, que uno 
sabe, Bueno que algo sabe, de alguna manera. Después de todo le pagan, poco, 
pero le pagan, por algo, que ocupa un lugar de maestro y de maestro de adultos y 
ella ama y respeta a sus maestros y profesores.
Y 
no -hija mía-. No sé. Es el trágico 
destino del amante de la sabiduría, que la sabiduría, como Penélope, la mujer de 
Ulises, en ausencia de su hombre, que erraba por los mares, y tú, Mariana, amas 
la aventura de las sirenas, cuando Ulises se ató al mástil, para escuchar las 
bellísimas canciones -y te he mostrado las figuras de los vasos helénicos, las 
horribles sirenas con cuerpo de gallina, pero tú sigues pensando en la sirenita 
de Walt Disney-, y no irse al fondo del mar, a la muerte segura detrás de 
una quimera. 
Como 
Penélope, que tejía y destejía y entretenía a los pretendientes que la acosaban 
-te decía-, la sabiduría no tiene amantes, sólo pretendientes, y cuando llega el 
amo, los pretendientes huyen, en bandada.
Tu 
madre no es filósofa es sólo una pobre pretendiente, perpetuamente despreciada. 
Pero persiste, en su amor, sin esperanzas, sin destino, sin futuro y quizás sin 
razón, sin razón eficaz. En este mundo de la eficiencia tu madre se pregunta 
entre otras cosas, por el sentido de la Justicia, por la libertad, por la 
igualdad, por la pariente pobre de estos dos gigantes del lenguaje político, por 
la fraternidad.
Y ahí 
entra John Rawls, el gran filósofo político del siglo XX. El John Rawls que tú 
conoces por las fotografías desperdigadas por nuestra casa, por mis escritos que 
te quejas de que son incomprensibles, por la bella acuarela de su esposa, pocos 
años antes de su muerte. Ese extraño por el cual me viste llorar cuando murió en 
el 2002.
John 
Rawls, el americano, el buen padre de familia, profesor de tantas Universidades, 
pero fundamentalmente de Harvard, es el motivo de este ensayo. He querido 
empezarlo escribiendo para ti, contándote, en tu lenguaje de liceal montevideana 
de quince años quien fue John Rawls, cual fue el sentido de su vida, por qué 
para tu madre es el gran filósofo político del siglo XX. Por qué aquí en Uruguay 
tan lejos y tan cerca de los Estados Unidos de Norteamérica, tú que te educas 
bilingüe para ser una ciudadana del mundo globalizado, para tener las 
herramientas que te permitan criar una familia y desenvolver tu vida en el nuevo 
milenio, debes conocer a Rawls aunque sea para disentir, no porque es la locura, 
una de las tantas locuras de tu madre, sino porque quien no conoce, con su 
propia cabeza las ideas básicas que se plantean en el mundo, en el cual le toca 
vivir, será arrastrado, por la propaganda, la ideología de los poderosos, las 
estrategias de los astutos, y no podrá regir su propia vida.