"Como dije, al tercer día volé de la jaula.
Me resultaba insoportable la idea de preparar un guisado de riñoncitos
usando un vestido de 150 dólares, con entredós de encajes de
Valenciennes. De modo que me acerqué al ropero y me puse el más
barato de los vestidos que me había comprado la señora Brown es el
que llevo puesto ahora-, y no está tan mal por 75 dólares...
¿verdad? Había dejado todos mis vestidos en el departamento de mi
hermana, en Brooklyn.
"-Señora Brown, ex tía Maggie --le dije-.
Voy a mover los pies en forma alternada, el uno después del otro, de tal
modo y con tal rumbo que este departamento se aleje de mí con la mayor
rapidez posible. No adoro el dinero -dije, pero no puedo soportar ciertas cosas.
Puedo soportar a ese monstruo fabuloso sobe el cual he leído cosas y quo
lince volar con el mismo soplo a pájaros calientes y botellas
frías. Pero no puedo soportar a un tránsfuga. Dicen que usted
tiene cuarenta millones... Pues bien: nunca tendrá menos. Y yo estala
empezando a cobrarle afecto.
"Entonces, la ex tía Maggie empegó a
patalear hasta que le brotaron las lágrimas. Se ofreció a mudarse
a una habitación distinguida, con una cocina de dos quemadores y agua
corriente.
"-He gastado muchísimo dinero, hija -dijo. Tenemos
que economizar durante algún tiempo. Es usted el ser más hermoso
que yo baya visto en mi vida y no quiero que me abandone.
"Bueno. Pues aquí me tiene... Fui derechito al
Acrópolis y pedí que me devolvieran mi empleo y me lo devolvieron.
¿Cómo dijo que marchaban sus escritos? Sé que se le han
perdido algunos porque no estaba yo para pasarlos a máquina.
¿Suele hacerlos ilustrar? Y, por lo demás... ¿Conoce a un
dibujante?... ¡Oh, no me diga nada! Recuerdo que se lo he preguntado ya.
No sé en qué periódico trabaja... Es curioso, pero no puedo
dejar de pensar quo él pensaba en el dinero que debió pensar que
yo pensaba conseguir de la vieja Maggie Brown. Si yo conociera al menos a
algunos de los directores de los diarios, entonces..."
De la puerta llegó el rumor de unos leves pasos e Ida
Bates vio quién era en su peineta. La vi sonrojarse, a pesar de ser un
estatua perfecta ... un milagro que sólo comparto con
Pigmalión.
¿Merezco perdón? -me dijo, adorable,
solicitante-. Es... es el señor Lathrop. Me pregunto si no habrá
sido en realidad el dinero... me presunto sí, después de todo,
él...
Naturalmente, me invitaron a la boda. Después de la
ceremonia, arrastré a Lathrop a un aparte.