"Pues bien... ¿Qué habría hecho usted
en mi lugar? Naturalmente, acepté. Y a decir verdad, la vieja Magia
comenzó a inspirarme simpatía. Eso no se debió solamente a
los cuarenta millones y a lo que podía hacer por mí.
También yo me sentía algo así como solitaria. Todos
necesitan a alguien a quien poder hablarle del dolor que sienten en el hombro
izquierdo y de la rapidez con que se gastan los zapatos de charol cuando se
rajan. Y una no puede hablarles de esas cosas a los hombres a quienes conoce en
los hoteles: ellos buscan precisamente esas oportunidades.
"De modo que dejé mi empleo del hotel y me fui con
la señora Brown. Ciertamente, parecía que yo la había
conquistado. Me miraba durante media hora cuando me veía sentada, leyendo
u hojeando las revistas.
"En cierta ocasión le dije: «¿Le
recuerdo a algún difunto pariente o amigo de su infancia, señora
Brown? He notado que me hace usted un bonito examen óptico de vez en
cuando. > «Su cara me contestó ella- es idéntica a la de
una amiga mía muy querida... a la mejor amiga que he tenido en mí
vida. Pero también me gusta usted por usted misma, hija mía.
>"¿Y sabe usted qué hizo? Se ablandó como una
ondulación Marcel con la marejada de Coney Island. Me llevó a casa
de una modista aristocrática y le dio carta blanca para que me pusiera en
condiciones: no hacía cuestión de dinero. Hubo órdenes
precipitadas y madame cerró la puerta y puso a trabajar a todo su
personal.
"Luego nos mudamos. ¿Adónde supone usted?
No, píenselo bien; eso es, al hotel Bonton. Tomamos un departamento de
seis habitaciones; nos costaban cien dólares diarios. Vi la menta.
Empecé a cobrarle afecto a la vieja señora.
"Y luego, cuando empezaron a llegar mis vestidos...
¡oh, yo no podría describírselo!. Usted no me
comprendería. Y empecé a llamarla tía Maggie. No
habrá olvidado el cuento de la Cenicienta, naturalmente. Pues bien: lo
que dijo Cenicienta cuando el príncipe le ajustó aquel A 3 1/2
sobre el pie es un relato de mala suerte comparado con las cosas; que le dije
yo.