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La taquigrafia y dactilografía del al Acrópolis Hotel (¡bueno, ya se me ha escapado su nombre!) era la señorita Ides Bates, una sobreviviente de los clásicos griegos. Su físico era perfecto. Un hombre de otros tiempos, al rendirle homenaje a una dama, dijo: "Haberla amado era una educación liberal." Pues bien: el solo hecho de haber mirado el negro cabello y la blanca blusa de la señorita Bates equivalía a un curso completo de una escuela por correspondencia. La señorita Bates solía hacerme algunos trabajos a maquina y como se negaba a cobrar por adelantado, llego a considerarme algo así como un amigo y protegido suyo. Su bondad y jovialidad eran inagotables: y ni siquiera un viajante de albayalde o un importador de pieles se habrían atrevido nunca a franquear los limites de buena conducta en su presencia. Todo el personal del Acrópolis Hotel, desde el propietario, que vivía en Viena, hasta el jefe de conserjes, postrado en el lecho desde hacia dieciséis años, hubiera acudido en su defensa instantáneamente.

Cierto día yo pasaba por el pequeño santuario Remingtorium de la señorita Bates y vi en su lugar a un ser de cabello negro -una persona inequívocamente- que martillaba en el teclado con los índices de ambas manos. Meditando sobre la mutabilidad de los asuntos humanos, seguí de largo. Al día siguiente, me tome dos semanas de vacaciones. Al volver cruce el vestíbulo del Acrópolis y vi, envuelta en la cordial aureola de los buenos tiempos de antaño, a la señorita Bates, tan griega y bondadosa e impecable como siempre, que acababa de poner la funda sobre su maquina. Era hora de cerrar: pero la señorita Bates me pidió que me sentara durante unos minutos en la silla desde la cual le dictaba y me explico su ausencia y regreso al Acrópolis Hotel con palabras como las siguientes, o al menos muy parecidas:

-Bueno... ¿Cómo marchan sus cuentos?

-Bastante bien -dije-. Vienen y se van.

-Perdón -dijo ella-. En un cuento, lo más importante es pasarlo debidamente a máquina. Usted me habrá echado de menos ... ¿no es así?

-Ninguna de las muchachas que he conocido sabe distribuir tan adecuadamente como usted las hebillas de cinturón, los puntos y comas, los huéspedes de hotel y las horquillas. Pero también usted ha estado ausente. Días pasados vi en su lugar un paquete de menta-pepsina.

 
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