Le asegura a la muchacha que para él un viaje al
extranjero es la cosa más fácil del mundo: con pintar un cuadro y
venderlo...
-¡Naturalmente! -contesta Katia-. Es lástima que
no haya usted pintado nada este verano.
-¿Acaso es posible trabajar en esta pocilga? -grita,
indignado, el pintor-. Además, ¿dónde hubiera encontrado
modelos?
En este momento se oye abrir una puerta en el piso bajo. Katia,
que esperaba la vuelta de su madre de un momento a otro, echa a correr. El
artista se queda solo. Sigue paseándase porla habitación. A cada
paso tropieza con los objetos esparcidos por el suelo. Oye al ama de la casa
regatear con los mujiks cuyos servicios ha ido a solicitar. Para
templar el mal humor que le produce oírla, abre la alacena, donde guarda
una botellita de vodka.
-¡Puerca! -le grita a Katia la viuda del oficial-
¡Estoy harta de ti! ¡Que el diablo te lleve!
El pintor se bebe una copita de vodka, y las nubes que
ensombrecían su alma se van disipando. Empieza a soñar, a hacer
espléndidos castillos en el aire.
Se imagina ya célebre, conocido en el mundo entero. Se
habla de él en la Prensa, sus retratos se venden a millares.
Hállase en un rico salón, rodeado de bellas admiradoras... El
cuadro es seductor, pero un poco vago, porque Yegor Savich no ha visto
ningún rico salón y no conoce otras beldades que Katia y algunas
muchachas alegres. Podía conocerlas por la literatura; pero hay que
confesar que el pintor no ha leído ninguna obra literaria.