Por su parte, el héroe fue a ver al rey, quien de mala
gana se vio obligado a cumplir su promesa y a darle la hija y la mitad del
reino. Si hubiera sabido que no tenía ante él a un gran guerrero
sino a un simple sastrecillo, seguramente el asunto le habría resultado
mucho más doloroso. Las bodas fueron celebradas con gran pompa y poca
alegría y fue así que un sastrecillo se convirtió en
rey.
Algún tiempo después la joven reina oyó a
su esposo hablar en sueños
-¡Hazme este pespunte, muchacho, y remienda este
pantalón o te romperé la cabeza con el metro!
Se dio cuenta entonces en qué callejuela había
nacido el joven señor y al día siguiente, muy temprano, fue a
confiar su tristeza al padre y a pedirle que la librara de un marido que no era
más que un sastre.
El rey la consoló diciéndole:
-La próxima noche dejarás abierta la puerta de tu
habitación; mis servidores esperarán afuera hasta que él se
haya dormido, entrarán, lo atarán y lo meterán en un barco
que lo llevará muy lejos.
La dama se quedó contenta pero el escudero del rey, que
había oído toda la conversación y que estimaba mucho al
joven rey, fue y le denunció todo el complot.
-Pondré algunos obstáculos a esa empresa -dijo el
sastrecillo.
Por la noche, a la hora acostumbrada, fue al lecho en
compañía de su mujer. Cuando ella lo creyó dormido, se
levantó, abrió la puerta y volvió al lecho. El sastrecillo,
que fingía dormir, se puso a gritar, con voz muy nítida:
-¡Hazme este pespunte, muchacho, y remiéndame este
pantalón o te rompo la cabeza con el metro! ¡Maté a siete de
un solo golpe, derribé a dos gigantes, reduje a un unicornio,
apresé un jabalí!; ¿voy a tener miedo, ahora, de los que
están ahí afuera, delante de mi habitación?