-He aquí una buena ocasión para un hombre como yo
-pensó el sastrecillo-; ¡una linda princesa y medio reino no son
cosas que se ofrezcan todos los días!
Y respondió:
-Sí, sí, yo me encargo de domar los gigantes y no
necesito cien soldados para eso. Quien mató a siete de un golpe no tiene
nada que temer de dos.
El sastrecillo se puso en camino seguido de cien caballeros.
Cuando llegó a la frontera del bosque dijo a sus compañeros:
-¡Quédense aquí! Me las arreglaré
solo con los gigantes.
Luego se internó en el bosque mirando a derecha y a
izquierda. Después de un rato descubrió a los dos gigantes
acostados bajo un árbol, roncando tan fuerte que las ramas subían
y bajaban. Sin perder tiempo el sastrecillo llenó de piedras sus
bolsillos y subió al árbol. Cuando estuvo bien arriba se
dejó deslizar a lo largo de una rama para quedar exactamente sobre los
dormilones. Desde allí fue dejando caer una tras otra las piedras sobre
el pecho de uno de ellos. Durante mucho rato el gigante no sintió nada
pero finalmente terminó por despertarse y, sacudiendo a su
compañero, le dijo:
-¿Por qué me golpeas?
-Sueñas -respondió el otro-; yo no te golpeo.
Volvieron a acostarse para dormir y entonces el sastrecillo
arrojó una piedra al segundo.
-¿Qué quiere decir esto? -gritó el otro-.
¿Por qué me tiras piedras?
-Yo no te tiro nada -replicó el primero, y volvió
a roncar.
Por un momento estuvieron vigilantes pero como estaban cansados
pronto sus ojos comenzaron a cerrarse nuevamente. Entonces el sastreciIlo
recomenzó con su juego, eligió la piedra más grande y la
arrojó con toda su fuerza contra el primer gigante.