-¡Esto es demasiado! -vociferó el apedreado y
levantándose como loco empujó a su compañero contra el
tronco con tal violencia que el árbol se estremeció. El otro
replicó del mismo modo y así entraron en un furor tal que
arrancaron árboles y con ellos se aporrearon hasta que terminaron por
morder el polvo en compañía. Entonces el sastrecillo saltó
al suelo exclamando:
-Fue una suerte que no hayan arrancado el árbol en el
que estaba subido; de lo contrario hubiera tenido que saltar como una ardilla a
otro: pero para algo soy astuto.
Extrajo la espada, dio algunos buenos golpes en el pecho de
cada uno, salió del bosque para reunirse con sus carabineros y les
dijo:
-¡Tarea cumplida! Aunque no fue fácil, les di el
golpe de gracia a ambos. Al verse en peligro llegaron a arrancar árboles;
no sirve de nada cuando viene alguien como yo, capaz de abatir a siete de un
golpe.
-¿No estás herido? -preguntaron los
caballeros.
-No teman -respondió el sastrecillo- no me han hecho el
menor daño.
Los caballeros, que dudaban de lo que el sastrecillo
decía, entraron al bosque y se encontraron con los dos gigantes
derribados, bañados en sangre, en medio de los árboles
arrancados.
El sastrecillo reclamó al rey la recompensa prometida.
Pero éste, que lamentaba haber ofrecido tanto, reflexionó e
inventó un nuevo medio para deshacerse del héroe,
-Antes de obtener a mi hija y la mitad del reino -le dijo-, es
necesario que lleves a cabo una nueva hazaña. Por el bosque anda un
unicornio que comete grandes destrozos; deberás atraparlo.
-Un unicornio me asusta menos que dos gigantes. ¡Siete de
un golpe!, ese es mi lema.