El sastrecillo continuó su camino llevando por
única dirección la de su nariz. Después de haber viajado
mucho llegó hasta los alrededores del palacio de un rey. Como se
sentía muy cansado, se acostó sobre la hierba y se durmió.
Mientras dormía llegaron algunas personas que lo examinaron desde todos
los ángulos y leyeron en su cinturón: "Siete de un
golpe".
-¡Ah! -se dijeron-, ¿qué es lo que viene a
hacer este azote de guerra en tiempos de paz? Debe de ser un señor
poderoso.
De inmediato fueron a comunicar la novedad al rey y sostuvieron
la opinión de que si estallaba la guerra sería un personaje
importante y útil y que bajo ningún punto de vista había
que dejarlo ir. El consejo satisfizo al rey v envió a uno de sus
cortesanos con la misión de ofrecerle al sastrecillo entrar en su
ejército, en cuanto despertara. El embajador permaneció junto a
él, esperando que comenzara a moverse y sólo entonces le hizo la
propuesta.
-Justamente para eso es que he venido -respondió-; estoy
listo para ponerme al servicio del rey.
Fue recibido con honores e inmediatamente se le asignó
una vivienda particular. Pero a los militares no les gustó mucho la
presencia del sastrecillo y desearon que estuviera a mil leguas del reino.
-¿Qué saldrá de todo esto? -se
decían-, si llegamos a pelearnos con él y de cada golpe derriba a
siete no podríamos hacerle frente.
Entonces tomaron una resolución; todos juntos fueron a
ver al rey y le dijeron que renunciaban.
-No estamos en condiciones de tener a nuestro lado a un hombre
capaz de derribar a siete de un golpe.
La perspectiva de perder a todos sus fieles servidores por amor
a uno solo de ellos entristeció al rey. Deseó que el sastrecillo
nunca hubiera aparecido ante sus ojos y de buen grado deseaba desembarazarse de
él. Pero no se atrevía a despedirlo por temor a que lo matara
junto con todos sus soldados y luego ocupara el trono. Examiné largamente
la cuestión bajo todos sus aspectos y finalmente encontró una
solución. Envió a alguien para que lo viera y le dijera que, dadas
sus condiciones de guerrero, iba a hacerle una proposición. En un bosque,
cerca del reino, vivían dos gigantes que causaban grandes perjuicios
robando, matando, destrozando, incendiando. Nadie se les podía aproximar
sin peligro de muerte. Si él abatía los dos gigantes y los mataba,
el rey le daría su única hija en matrimonio y la mitad del reino
como dote; más de cien carabineros lo acompañarían y le
prestarían toda la ayuda que fuera necesaria.