-Haz lo mismo -dijo el gigante- si tienes tanta fuerza.
-Si no es más que eso -replicó el sastreciIlo- es 
una bagatela, y llevando la mano al bolsillo tomó el queso esponjoso 
oprimiéndolo de manera de extraerle su jugo.
-¿Está mejor así? -dijo el 
sastrecillo.
El gigante no supo qué decir pues no hubiera esperado 
nunca que ese enanito fuera capaz de hacer eso. Entonces recogió un 
guijarro y lo arrojó tan alto que apenas se le podía seguir con Ia 
vista.
-Y bien, patito, imítame si puedes.
-Buen lanzamiento -respondió el sastrecillo- pero tu 
guijarro volvió a caer. Yo voy a tirar uno que no volverá 
más.
Llevó la mano al bolsillo, tomó el pájaro 
y Io arrojó al aire. Contento de haber recuperado su libertad el 
pájaro se elevó, voló y no volvió más
-¿Y qué te pareció mi lanzamiento, amigo? 
-preguntó el sastrecillo.
-No está mal -dijo el gigante-; pero ahora vamos a ver 
si eres capaz de algo realmente importante. Y condujo al sastrecillo hasta un 
roble muy grande que yacía en el suelo.
-Si eres tan fuerte como dices, ayúdame a sacar este 
árbol del camino.
-Con mucho gusto -dijo el sastrecillo-; toma tú sobre tu 
espalda el tronco y yo levantaré las ramas con el follaje que es lo 
más pesado.
El gigante cargó el tronco sobre su espalda mientras que 
el sastrecillo se sentaba sobre una gruesa ruina; como el coloso no podía 
darse vuelta debió cargar con todo: el árbol y el sastrecillo. 
Este, muy vivaracho y de buen humor, silbaba desde atrás la 
canción "Tres sastres iban a caballo", como si levantar un 
árbol fuera un juego de niños. Después de arrastrar su 
pesado fardo un rato, el gigante no pudo continuar más y 
exclamó:
-¡Escucha, tengo que soltarlo!
Rápidamente el sastrecillo saltó al suelo, 
tomó el árbol como si lo hubiera llevado todo el camino y dijo al 
gigante:
-¡Un grandote como tú!; ¡y ni siquiera 
puedes llevar este árbol!