https://www.elaleph.com Vista previa del libro "El sigilo roto" de Headon Hill (página 5) | elaleph.com | ebooks | ePub y PDF
elaleph.com
Contacto    Viernes 17 de mayo de 2024
  Home   Biblioteca   Editorial   Libros usados    
¡Suscríbase gratis!
Página de elaleph.com en Facebook  Cuenta de elaleph.com en Twitter  
Secciones
Taller literario
Club de Lectores
Facsímiles
Fin
Editorial
Publicar un libro
Publicar un PDF
Servicios editoriales
Comunidad
Foros
Club de lectura
Encuentros
Afiliados
¿Cómo funciona?
Institucional
Nuestro nombre
Nuestra historia
Consejo asesor
Preguntas comunes
Publicidad
Contáctenos
Sitios Amigos
Caleidoscopio
Cine
Cronoscopio
 
Páginas 1  2  3  4  (5) 
 

Los fatigados ojos del santo varón miraron con evidente disfavor al desconocido, que vestía un traje de corte irreprochable, pero algún tanto deteriorado por el uso. Su cara era espejo que reflejaba todas las disipaciones, y sus dientes apretujaban un cigarro cuyo humo emponzoñaba el puro ambiente de La Corbie, saturándole de emanaciones como nunca habían contaminado aquellos agrestes lugares.

Dechado de hospitalidad era el virtuoso párroco de La Corbie, pero esto no obstante, la aversión instintiva que sintió hacia el desconocido determinóle a no invitarle a entrar en su casa.

-Puede usted hablar con libertad absoluta, caballero -le dijo con expresión significativa; -estamos completamente solos.

El desconocido soltó la carcajada.

-Usted, que es la amabilidad personificada -replicó, -no me negará la entrada en su casa. Mi conferencia no ha de durar más de cinco minutos: se lo juro. Se trata de un asunto importantísimo, y muy reservado. ¡A fe que no me hubiese tomado el trabajo de escalar esta endiablada montaña si no hubiera abrigado la seguridad de que podía contar con su cortesía!

Si estas palabras no disiparon las suspicacias del cura, por lo menos dieron al traste, con su prudencia. Abrió la puerta, indicó con un gesto al desconocido que pasase, y le guió a la sala de su casa. El extraño visitante miró con recelo en torno suyo, y preguntó con brusquedad si había peligro de que fuese oída por alguien su conversación.

-Solos estamos en casa -contestó el digno sacerdote. -Mi criada bajó a la aldea a comprar provisiones.

-Entonces, con su permiso, tomaré esta silla y me sentaré junto a usted. Todas las precauciones son pocas cuando se trata de cosas tan reservadas como las que necesito tratar con usted.

Acompañando la acción a la palabra, colocó su silla frente a la poltrona ocupada por el cura, y se sentó en forma que sus rodillas tocaban la sotana de su interlocutor. No pronunció, empero, una palabra; sus labios permanecieron inmóviles, como inmóvil y fija quedó su mirada. ¿Qué hacía? ¿Qué se proponía? Acaso lo averigüemos más adelante; por el momento, lo único que podemos decir es que miraba... miraba con fijeza, cual si quisiera hundir, taladrar, atravesar con sus ojos los del pobre cura, que le contemplaba fascinado con expresión de terror pasivo.

 
Páginas 1  2  3  4  (5) 
 
 
Consiga El sigilo roto de Headon Hill en esta página.

 
 
 
 
Está viendo un extracto de la siguiente obra:
 
El sigilo roto de Headon Hill   El sigilo roto
de Headon Hill

ediciones elaleph.com

Si quiere conseguirla, puede hacerlo en esta página.
 
 
 

 



 
(c) Copyright 1999-2024 - elaleph.com - Contenidos propiedad de elaleph.com