Pero antes de que hubiese terminado de hablar, el señor de
Chateau Renaud estrechaba la mano a Alberto.
-Permitidme, amigo mío -le dijo-, presentaros al señor capitán
de spahis, Maximiliano Morrel, mi amigo, y además mi salvador. Por otra
parte, él se presenta bien por sí mismo; saludad a mi héroe, vizconde.
Y se retiró a un lado para descubrir a aquel joven alto y de
noble continente, de frente ancha, mirada penetrante, negros bigotes, a quien
nuestros lectores recordarán haber visto en Marsella, en una circunstancia
demasiado dramática para haberla olvidado. En su rico uniforme medio francés,
medio oriental, hacía resaltar la cruz de la Legión de Honor.
El joven oficial se inclinó con elegancia; Morrel era elegante
en todos sus movimientos, porque era fuerte.