Sonrióse y se marchó murmurando:
-¡Recuerda recuerda!...
Al verme al fin solo, dejéme caer en un sillón, preguntándome si había soñado. Esta suposición, desde luego, era impertinente y la abandonó, para pensar si el pobre Vincey habría estado bebiendo aquella tarde. Sabía que él estaba bastante enfermo hacía tiempo, pero era imposible que tuviese la noción de que esa misma noche moriría
A estar tan próxima su muerte, no hubiera podido andar, y menos cargando un arca de hierro tan pesada. Reflexionando más aún, concluí en que toda su historia era absolutamente increíble. Por entonces no había vivido yo lo bastante aún para saber, como luego he sabido, que en este mundo suceden muchas cosas rechazadas coma inverosímiles desde luego, por el sentido común de los hombres adocenados. Esta convicción la he adquirido desde hace muy poco. Entonces yo pensaba así: ¿Es probable que un hombre tenga un hijo de cinco años de edad, al que no haya visto más que una sola vez cuando acabó de nacer? No. ¿Es probable que pueda trazar su genealogía desde tres siglos antes de Jesucristo, y que así, tan de repente, confíe la tutoría y curatela de su hijo con la mitad de su gran fortuna a un camarada de la Universidad?... De seguro que no. ¿Es probable, además, que pueda nadie, predecir el momento de su muerte propia con tanta certeza?... Tampoco. Vincey, esto era claro, había bebido o se había vuelto loco... Pero después de todo ¿qué pensar de cierto?.. ¿qué estaría guardado en aquella misteriosa arca de hierro?
Confuso y desorientado estaba Al fin, no pude aguantar más y decidí consultarlo, durmiendo, con la almohada. Tomé las llaves y la carta que me había dejado Vincey sobre la mesa y lo guardó todo en mi escritorio portátil; el arca la metí en un saco de viaje, y yo me colé entre mis sábanas, quedándome dormido al punto.
Cuando me despertaron, parecíame que no había estado durmiendo más que unos cuantos mi mitos. Incorporéme en la cama me restregué los ojos; era día ya bien claro, las ocho de la mañana por cierto.
-Y bien John, ¿qué se le ofrece a usted? -preguntéle al fámulo que nos servía a Vincey y a mí. -Tiene usted la cara de quien ha visto un muerto...
-¡Pues sí, señor, lo he visto! -respondió el muchacho. -He ido como de costumbre a llamar a Mr. Vincey y allí está él en su cama todo tieso y muerto...