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-Estoy -me dijo- como aturdido. He
llegado a ese escepticismo de la conducta, mil veces más angustioso que
el de la inteligencia. ¡No sé qué hacer! ¡No sé
dónde estar! Huí de España, como sabes, con gran esfuerzo,
no por apartarme de ella, sino por cambiar, por moverme. Sabes las razones que
tuve para emigrar. Pero ¡fuera de España tampoco sabía
vivir! ¡Tenía la patria más arraigada en las
entrañas de lo que yo creía! El clima, el color del cielo, el del
paisaje, su figura, el modo de comer, el modo de hablar, lo extraño de
los intereses públicos, el no importarme nada de cuanto me rodeaba; las
costumbres, que me parecían irracionales por no ser las mías; todo
me repugnaba, me ofendía; todo era hielo y aspereza, una especie de
magnetismo enemigo que me acosaba en todas partes. Hasta respiraba peor. Tal vez
lo más espiritual de mi ser continúa siendo extranjero; pero
cuanto en mí es tierra, barro humano, que es lo más, ¡ay!,
es español, y no puede vivir fuera de la patria. No, no puedo vivir en
España..., pero tampoco fuera. Y en tal conflicto..., vuelvo, aborrezco
el españolismo, pero me llamo de hoy más Vicente, y me
voy donde los demás españoles...: a los toros. Natura
naturans. Después de todo, ¡qué sería de
España si emigrasen todos sus hijos ingratos, que no la aman bastante!
Quedaría desierta. |
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Un repatriado
de Leopoldo Alas
ediciones elaleph.com
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