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Además, yo me siento poco
español. Creo en el genio nacional; no sé en que consiste
precisamente; pero en ciertos momentos de la historia pragmática, y
más en los rasgos populares y en ciertas cosas de nuestros grandes
santos, poetas y artistas, adivino un fondo, mal estudiado todavía, de
grandeza espiritual, de originalidad fuerte. En Santa Teresa y en Cervantes es
donde yo adivino mas caracteres esenciales de ese genio. Pero..., ¡es tan
recóndito y oscuro todo eso! En cambio, saltan a la vista, me hieren con
tonos chillones y antipáticos las cualidades nacionales, mejor, los
vicios adquiridos, que me repugnan y ofenden. Este predominio, casi exclusivo,
de la vida exterior, del color sobre la figura, que es la idea; de la
fórmula cristalizada sobre el jugo espiritual de las cosas; este
servilismo del pensamiento, esta ceguedad de la rutina, y tantas y tantas
miserias atávicas contrarias a la natural índole del progreso
social en los países de veras modernos, me desorientan, me
desaminan, me irritan..., y me marcho, me marcho. Excuso decirte que no creo en
regeneraciones ni en Geraudeles patrioteros... Ni yo merezco vivir en
España, ni España es de mi gusto. Yo no me siento capaz de
sacrificar por ella lo que toda patria merece; no tengo, pues, derecho a que su
suelo me sustente, su ley me ampare. Ella a mí no me ha dado lo que yo
más hubiera querido: una sólida educación intelectual y
moral, que me hubiera ahorrado esta farsa de semisabiduría en que vivimos
los intelectuales en España. No puedes figurarte lo que padece
mi amor de sinceridad, hoy mi fe, con este fingimiento de ciencia prendida con
alfileres a que nos obliga la mala preparación de nuestros estudios
juveniles. Yo veo mi poder reflexivo, mis facultades intuitivas, mi juicio y mi
experiencia, muy superiores a los medios de instrucción sólida de
que dispongo, para aprovechar en la sociedad esas facultades. Si no fuera
español, sino francés, inglés, alemán, no
tendría que lamentar tan bochornosa deficiencia. Ser tuerto en tierra de
ciegos no puede ser consuelo más que para egoístas y vanidosos. Yo
quisiera tener dos buenos ojos en tierra en que no hubiera ni tuertos ni ciegos.
Ser de la multitud, en Atenas...
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Un repatriado
de Leopoldo Alas
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