La tesis aún inédita de Eduardo Zimmermann sobre el liberalismo
reformista y la cuestión social entre 1890 y 1916, describe los proyectos
reformistas que se engarzaron durante el cuarto de siglo que arranca a partir de
los hechos del noventa. Zimrnermann nos pinta un abigarrado conjunto de
propuestas y medidas legislativas, nacidas de una aceleración de demandas y
expectativas de cambio, que no alcanzan, sin embargo, a canalizarse a través de
partidos políticos diferenciados por sus propósitos y organización.
Las tres clases de reforma que, según el autor, se persiguen
-la reforma moral, la reforma política y la reforma social- arraigan en
vertientes ideológicas distintas, desde los anarquistas y cristianos sociales
hasta los liberales-conservadores y socialistas. No obstante ninguna de ellas,
antes de 1912, pudo cuajar sus exigencias en un sistema competitivo donde el
partido del orden pudiese ser desafiado siempre, en condiciones de normalidad,
por los partidos que representarían al movimiento.
La fusión de liberalismo y conservadorismo en una misma
coalición de gobierno determinó esta peculiar manera de practicar la política.
Mientras, a principios de siglo, se respondía a la amenaza anarquista con leyes
represivas, Joaquín V. González ponía en marcha un ambicioso y frustrado
programa de reformas laborales. La paradoja se acentúa -y por ende las
contradicciones que el texto de El orden conservador insinuaba- si además
observamos, de la mano del propio Zimmermann y de Carlos Altamirano y Beatriz
Sarlo, el desarrollo de un "campo intelectual" más autónomo que, con nuevos
lenguajes, avizora el horizonte renovador del
Centenario.