Las corrientes opositoras crecieron al influjo de referentes
polémicos que no se aplacaron durante los años menos conflictivos del período,
entre 1880 y 1890 (el debate a propósito de la ley 1420 que estableció la
enseñanza gratuita, laica y obligatoria en la Capital Federal y Territorios
Nacionales, representa el punto más álgido de este enfático torneo oratorio,
tributario, en gran medida, de las discusiones que estallaron en la Francia de
Jules Ferry).
Esta combativa expresión de las diferencias, adosada al sinuoso
derrotero de las facciones, introdujo en la cultura política un temperamento
regeneracionista, vindicativo y enérgico, que habrá de prolongarse hasta bien
entrado el nuevo siglo. La idea regeneracionista, de clara filiación ibérica,
abarcó una gama amplia de familias ideológicas. Se podría aducir, en trance de
esquematizar la realidad, que mientras el reformista está inspirado en una
concepción del cambio que tensa su mirada hacia el porvenir, el regeneracionista
se empeña en poner de nuevo en buena condición una cosa deteriorada.
El tejido institucional, gastado por los vicios electorales,
por la centralización del mando ejecutivo, o por la indecencia de los
dirigentes, no era otro que el de la Constitución Nacional. De esta manera, el
contrato fundador, que luego del período de formación entre 1853 y 1860 había
presidido los destinos del país sin cuestionamiento teórico alguno, se
convirtió, él también, en un doble cartabón: la Constitución Nacional justificó
una concepción del orden republicano defendida a rajatabla por la alianza del
Partido Autonomista Nacional, y fue también el emblema revolucionario que la
oposición enarboló en las jornadas de 1890, 1893 y 1905 (actitud semejante,
dicho sea de paso, se manifestó en 1874 y 1880). El orden conservador y las
revoluciones, las dos cosas, se hacían en nombre de la Constitución.
Merced a esta perspectiva, el ciclo revolucionario abierto en
1890 puede ser analizado como una serie de conflictos que sacuden las bases del
orden impuesto sin, al cabo, afectarlo seriamente, o bien como un fenómeno de
propósitos e intenciones variadas que, obedientes a esos impulsos
regeneracionistas, cuestionaban la estructura del poder vigente. La visión del
orden se proyecta pues sobre un mismo escenario junto con otra visión que
destaca la presencia de un persistente movimiento reformista.