Despegue vertical, entonces, de un orden político cuyo sustento
descansaba en un aumento importante de los recursos correspondientes al Gobierno
Nacional. El inicial impulso reformista se tradujo, como es sabido, en una
batería de leyes y, al cabo, en la instauración de un conjunto de bienes
públicos en el campo de la legislación civil y educativa. Así arrancó una de las
versiones del reformismo del ochenta: la política concebida en tanto empresa de
creación programática y unificadora que luego, orientada por el designio
legislativo, desciende benéficamente hacia la sociedad civil. Para esta
perspectiva, la modernización no es causa y motor de la política. La
modernización es, a la inversa, su efecto y culminación.
Esta no fue, obviamente, la imagen compartida por algunos
sectores de la oposición que dedujeron de estos hechos graves consecuencias
institucionales. De este modo, una suerte de genio bifronte emerge de las
interpretaciones contradictorias y de la encendida retórica que envuelve a la
federalización de Buenos Aires. La federalización, en efecto, clausura el cielo
que estructura el Estado argentino, al menos en el aspecto más elemental y
hobbesiano del término, y abre, al mismo tiempo, una larga querella acerca de la
legitimidad del régimen en ciernes. Es paradigmática, al respecto, la
impugnación de Leandro N. Alem a la ley que federaliza la ciudad de Buenos
Aires, verdadero preámbulo, para el rebelde autonomista, de una centralizante y
opresiva monarquización de la república federal.
Estos y otros exámenes críticos de la nueva situación, abonados
por la prédica de los últimos años de Sarmiento, hirieron desde el vamos la
consistencia del proyecto enunciado por Alberdi y José Hernández. Como ha
escrito Halperín Donghi: "Hoy tendemos a ver en el roquismo la suprema
encarnación de la alberdiana república posible; sus críticos advertían mejor que
nosotros que -precisamente porque era eso- había colocado en el orden del día
los problemas de la república verdadera. Advertían que se acercaba la hora en
que los dilemas que Tocqueville había planteado medio siglo antes (y en los que
entonces sus lectores rioplatenses no habían reconocido los de su propia
comarca) se anunciarían en el horizonte argentino. Esos exámenes sin
complacencia de la república posible llevan así inexorablemente a formular la
pregunta central de la etapa siguiente: si es de veras posible la república
verdadera, la que debe ser capaz de armonizar libertad e igualdad, y poner a
ambas en la base de una fórmula política eficaz y duradera".