DELITO
1
ENTONCES..., usted quiere saber... ¿Qué cosa
quiere saber, señor? ¿Qué cosa debo decirle?
¿Qué cosa?... ¡Ah!, ¡todo! Entonces es necesario que
cuente todo, desde el principio.
Todo, ¡desde el principio! ¿Cómo
haré?... Si ya no recuerdo nada, no sé nada, realmente.
¿Cómo haré, señor? ¿Cómo?...
¡Dios mío! Espere, se lo ruego..., espere y tenga
paciencia. Sólo un poco de paciencia, porque no sé hablar. Aunque
recuerde algo, creo que no lo sabré narrar... Cuando vivía entre
los hombres, era taciturno. Hasta cuando bebía, continuaba
siéndolo. Siempre.
No... ¡no siempre! Con él hablaba; tan sólo
con él. Ciertas tardes de verano, en el umbral de la puerta o en las
plazas, en los jardines públicos... El ponía, su brazo bajo el
mío, aquel pobre bracito descarnado, tan liviano que casi no lo
sentía. Y caminábamos juntos, conversando.
Once años..., ¿se da cuenta, señor?...
Tenía nada más que once años, y razonaba como un hombre, y
era tan triste como un hombre. Parecía conocer ya toda la vida, haber
padecido todos los sufrimientos. ¡Su boca conocía ya las palabras
amargas, esas que hacen tanto daño y que nunca se olvidan!