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Quizá nunca el ejercicio de transfiguración poética haya alentado tan certeramente una identificación entre nuestro sujeto lírico y el inefable Alonso Quijano, (“Ni siquiera soy polvo”) (Borges 1998: 141) cuya voz clama por el advenimiento de una épica que revitalice esa “mañana / que, prometiendo el hoy, nos da la víspera”. El fuste literario del hidalgo borgiano languidece conforme discurre el poema, aflorando ahora una laxitud que no alcanza siquiera la categoría del polvo. Se activa así el sueño, núcleo temático sobre el que nuestro “hidalgo bonaerense” va a edificar sus disquisiciones metafísicas. Cuando don Alonso manifiesta su adhesión a ese heroísmo venidero, nos obsequia con un sustancial “Seré mi sueño”; versos después él mismo nos revela su génesis y estatuto onírico: “Ni siquiera soy polvo. Soy un sueño/ que entreteje en el sueño y la vigilia/ mi hermano y padre, el capitán Cervantes”; aseveración de la cual se colige que lo épico consistiría en la ideación de una entidad que a su vez es soñada por otra, el sueño de un sueño. Esta nueva articulación de Borges, la del solapamiento con Don Quijote, destila un idealismo que alberga una buena dosis de desaliento, una vez constatada la posición subsidiaria que ocupa el sentimiento de lo heroico respecto a ese “Dios soñador” del último verso. Así, podría afirmarse que el sujeto lírico urde un entramado jerárquico donde la cristalización de un sueño épico y emancipador queda supeditado a la voluntad de instancias superiores en rango. Para que yo pueda soñar al otro cuya verde memoria será parte de los días del hombre, te suplico: mi Dios, mi soñador, sigue soñándome. Por ello, lo que hemos identificado como “salida épica” ante la inaprehensión del absoluto cobra en este texto sus tintes más desazonadores. También en el poema “Fragmento” (72) abunda nuestro autor en esa urdimbre de niveles ontológicos que postran a la épica: […] Una espada con runas que nadie podrá desoír ni descifrar del todo, una espada del Báltico que será cantada en Nortumbria, una espada que los poetas igualarán al hielo y al fuego, una espada que un rey dará a otro rey y este rey a un sueño, una espada que será leal hasta una hora que ya sabe el Destino, una espada que iluminará la batalla […].
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