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A mí, no al paladín, exhorta el blanco
anciano coronado de sinuosas
serpientes, la clepsidra sucesiva
mide mi tiempo, no su eterno ahora.
Acaso sea este el espacio de nuestro análisis en que lo épico albergue la facultad sublimatoria más exacerbada; con todo, el último verso pone en circulación tres adjetivos (“Imperturbable, imaginario, eterno”) que, proyectados sobre el héroe, invitan a repensar la lectura primera efectuada. Cabría, pues, relativizar el alcance de ese caballero que, aunque depositario de la atemporalidad, es a la postre imaginario. He aquí el gran matiz que habrá de invertir el sentido de la épica: la naturaleza evanescente del héroe vendría a interceptar, pues, ese ideal de incursión en la acronía. Análogo abordaje es el que opera Borges en “Al coyote” (Borges 1998: 337), donde el yo poético, abocado a la sucesividad temporal, encumbra el símbolo del lobo, sobre el que vierte todo un ramillete de valores épicos conducentes a esa región acrónica. No obstante, se impone de nuevo una lectura cautelosa, toda vez que el ladrido del coyote se nos revela imaginario, perdido y solitario. La posibilidad de la trascendencia se diluye una vez más en la postración de ese ente vaporoso. No menos desalentador se nos presenta el poema “Un lobo” (291), donde se retoma la figura del animal para canalizar una bravura maltrecha, vencida desde el primer verso por la extinción y el desarraigo: “Furtivo y gris en la penumbra última”.
Como se ha consignado más arriba, Borges no dispensa al motivo épico un tratamiento unidimensional. Tras la réplica primera ante el incipiente nacionalismo de la Generación del Centenario, nuestro autor se reafirma en su concepción de la épica pero la despoja ahora de su efecto elevatorio para el hombre, ubicándola en la esfera de la insuficiencia y proporcionándole un acomodo más acorde con su sistema gnoseológico: en este estadio la épica ya no procuraría el acceso a lo absoluto en cuanto se disuelve y se proyecta hacia las áreas de lo mutable. El valor dilógico del coraje en Borges se materializa en aquellas piezas donde el pulso trepidante de la épica se desvanece. En “El instante” (Borges 1981: 75), lo épico ya no es garante de ese acceso a lo absoluto y se escora hacia las áreas de lo relativo e ignoto: el yo poético se desmorona e impugna los últimos estertores de pundonor que reivindica en otros poemas, volcando su dicción hacia un tono casi pirroniano. Las espadas son integradas en el devenir temporal, una coordenada siempre falaz para el argentino:

 
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El cálamo centenario: cinco asedios a la  literatura argentina  (1910-2010) de José Manuel González Álvarez   El cálamo centenario: cinco asedios a la literatura argentina (1910-2010)
de José Manuel González Álvarez

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